Cotidiano... (O eso parece) (Pierrot +12)

Viajar por reinos era cosa de todos los días para Pierrot , desde el momento en que la traición tomó lugar en su vida. Buscar personas, también. El problema básico en este caso, era que siquiera conocía el nombre de la princesa... ¿Cómo buscar un rostro enmascarado en tantos pueblos? Siquiera tenía algo físico, algo que usar para que su magia hiciese el milagro. Tan solo tenía un recuerdo corto y eso no bastaba. Nunca bastaba.

Por supuesto estaba tan decidido que usó lo poco que podía en un hechizo, y su música le llevó a un reino más cercano de lo que esperaba. (Sí, Pierrot esperaba un reino al otro lado del mar como minimo). Lo recordaba vagamente, Marshovia. El puerto no era exactamente un lugar que la Bruja permitiese que visitasen sus aprendices, pero de algo servía la semi amistad con una sirena. Por estas razones, su magia no sirvió para nada más. Algo le hacía interferencia y no conocía el sitio como para rodearlo. Tendría que buscar al modo humano.

Y en eso sigue en este preciso instante. Vagando sin rumbo fijo entre calles desconocidas, sin poder preguntar a nadie (Bueno, casi nadie. Antes preguntó a una anciana por la princesa del reino y esta rió con tantas ganas que tuvo que salir huyendo. Unos gritos a su espalda le confirmaron que princesas no había a varios reinos a la redonda. Entonces... ¿Dónde estaba ella?

-No, ahora no... -dice llevando una de sus manos libres donde, de acuerdo a sus conocimientos de anatomía, estaba el estomago. De no haberlos tenido, podría haberlo encontrado solo con el sonido que se escapó por sus poros. Bueno, al parecer es incapaz de encontrar algo, pero vaya que lo encuentran a él. El hambre, terrible enemigo de un viajero como Pierrot, aparece en el preciso momento que da con el mismísimo puerto de Marshovia.

Su primera reacción es buscar oro en sus bolsillos, para encerrarse en la primera posada que encuentre y alimentarse un poco. Al parecer la mala suerte lo persigue, pues sus bolsillos siquiera cuentan con una misera moneda, nada de nada. Maldice -aunque haya sido un niño toda la vida, de tanto oírlo se le ha pegado. - y piensa algún modo de conseguir algo. ¿Robar? No, caería bajo. Y él es un caballero, tanto Irah como Ela lo educaron para serlo.
La respuesta a sus problemas, como siempre, está en el violín. ¿A quién no le agrada oír un pequeño concierto mientras pasa por ahí? Y Pierrot es el mejor en su área (culpemos a la magia). Se posiciona en un lugar medianamente cómodo, cercano al puerto y a lugares con gente, sin su mascara y su sombrero de copa bajo sus pies. Sus dedos acarician un momento a su instrumento adorado, mientras piensa en su princesa de verde. ¿Le agradaría su música de poder oírlo? Las primeras notas son erráticas, pero pronto se transforman en una melodía. Una nana para su princesa...

Pierrot se sonroja ante las palabras de la mujer. Desea poder decirle que no, que es el enmascarado con quién bailo la noche anterior. En su lugar dijo. –Sí, ese soy yo… Pierrot, a su servicio.

El decir su nombre le resulta agradable. Ahora ella sabe quién es él, o al menos conoce su nombre y apariencia. Con un poco de suerte, no le olvidará otra vez.
Asiente ante su gesto, tomando con más fuerza el violín y su sombrero, dando pasos lentos tras de ella. Se ve preciosa, piensa. Aun llevando solo ese vestido sencillo, en lugar de los vestidos que las princesas siempre llevan. Preciosa y sencilla como una ninfa del bosque. Y bueno, a Pierrot le encantaban las ninfas desde que era un nene de 3 años y las observó a lo lejos. Con sus movimientos juguetones, sus danzas a la luz de la luna, sus cantos mientras protegían los bosques y la naturaleza en general. Lástima que gran parte de la raza se extinguiera, quedando las sobrevivientes al otro lado de las montañas, lejos de la mirada de los extranjeros.

Sí, la rubia era como una verdadera ninfa, demasiado coqueta para el decoro normal de las humanas, aunque sin lograr el encanto en extremo juvenil de ellas. Pierrot sonríe sin poder evitarlo, mientras toma asiento. Su princesa parece una hibrida.

–¡Claro!, como usted… desee –termina la frase con un murmullo, en lugar de las palabras alegres del inicio. ¿Hizo algo malo? No, seguramente ella tenía prisa.

Ella regresa antes de que pueda extrañarla siquiera. Le sonríe intentando borrar esa extraña sensación de incomodidad que parece rodearlos a ambos. Él quiere que ella esté cómoda a su lado.

Da un sorbo a la sopa, cerrando los ojos mientras disfruta del sabor. Vaya, eso no se lo esperaba. Tras tanto tiempo comiendo solo lo que Ela le daba, que permítanme decirlo es horrible, y de la caridad de las buenas mujeres que se apiadaban del pobre niño músico, sentir algo diferente, o mejor dicho, delicioso, es simplemente genial.
Hace un sonidito de esos que hace la gente cuando considera una comida deliciosa, abre sus ojos y sonríe a la rubia.

–¿Por qué no me acompaña mientras como? Esto está delicioso, pero es algo triste comer solo.

La pregunta se le escapa antes de que pueda retenerla, provocándole un sonrojo. Quiere tenerla cerca, es todo. Y realmente disfrutaría de semejante compañía.
Para disimular prueba un poco más de la sopa, sintiéndose extraño. ¿Por qué no puede actuar como un adulto de una buena vez? Cuando tenía el cuerpo de niño, podía ser todo un hombre. Ahora que tenía el cuerpo, su cerebro regresaba a sus 12…

Sí, sonaba razonable…
Quedarse, por supuesto, no suena tan razonable. Al menos para esa parte de Pierrot que aún no cae presa de esa sensación ligera que la presencia de la rubia le produce. Sabe que debería estar en el Bosque Encantado, junto a Ela. Pero también sabe que allí no es especialmente útil. Por mucho que sea el segundo al mando, sus dones no son los mejores para pasar una vida encerrado. Y se lleva mejor con la idea de viajar por ahí. Sobre todo estando cerca de cierta rubia.

El cuarto es pequeño, mucho más pequeño que el suyo en el castillo de Ela, pero le resulta más agradable. Tal vez por ser de ella, o por lo menos por estar cerca de ella. Y lejos de Ela. Esa es la mejor parte. Adiós grititos en medio de la madrugada. Pierrot sonríe, encantado. La vista era mucho más linda que la suya propia, que daba directo a un lado del bosque sombrío junto a un pequeño pantano. ¿Qué Ela no podía darle una de las que daban a la parte bonita del bosque?

–¿Eh? – no oye su primera pregunta, pero comprende ante lo segundo. Y niega, tal vez un poco más rápido y animado de lo que debería. –No, no hace falta. Esta me agrada, la vista es preciosa.

Entra despacio en la habitación, dejando su violín junto a la cama, que es donde debe estar. No puede separarse demasiado de él, siendo su única fuente de magia. Moriría de perderlo. Literalmente.
Pasa cerca de ella, sintiendo ese aroma curioso que comienza a asociarle. Por un momento, desea poder volver a tenerla entre sus brazos y poder enterrar su nariz entre sus cabellos. Como sospecha que no sería bien recibido, prefiere aguantarse y fingir que la vista es lo más interesante del mundo. Mentira, porque siquiera ve el puerto. Prefiere mirarla, de reojo al menos.

–Hace mucho tiempo que no visitaba este puerto. – dice, como si nada. A ver si ella no nota lo nervioso que se siente. Esto de intentar estar cerca de una chica es demasiado nuevo para él y no tiene ni idea que diantres decirle. Maldito Irah, le enseñó todo lo que necesita, excepto como hablar con chicas. ¡Y ella siquiera es una chica! Se ve como una mujer hecha y derecha. –Solo vine con mis padres un par de veces, pero nunca noté lo bonito que era. Pasaba más tiempo deseando volver a casa para ver a…

Alto. No, esa parte no. Hasta él sabe que hablar de otra chica con esa chica no está bien. Por mucho que esa chica sea Madeleine, la cual no cuenta como fémina a ojos del niño que una vez fue. Que esa hasta se casó y tuvo una hija.

Pasa una mano por su pelo, desordenándolo un poco. Menudo hombrecito es. De niño tenía más personalidad.

–Eh, bueno, yo… creo que descansaré unas horas, el viaje ha sido largo y… bueno, seguramente tenga cosas que hacer…

Pero no quiere quedarse solo tampoco, porque lo asalta la idea de que si ella baja no volverá a verla. Es algo irracional, pero bueno. Solo no quiere que se vaya. Le agrada su compañía. Y, como buen medio infante, detesta dormir a solas. A veces tiene pesadillas.

Otra vez pasa su mano por el pelo, dejándola ahí sobre su cabeza. Los nervios a flor de piel. ¿Qué pensaría ella si le pedía quedarse? ¿Estaría mal?

–Puede… ¿Puede acompañarme?

Listo, lo dijo. Al instante se da un golpe en la frente. Idiota. Seguro ella piensa que es un tonto sin personalidad. Y además cobarde. ¿Qué tipo adulto le pide a alguien que se quede para poder dormir? Y bueno, a una dama no se le pide algo así, ¿no?

–Mil perdones, no quise sonar grosero… Yo solo… – ¿no quiero quedarme solo? Nah, eso sonaba estúpido. –No es necesario que se quede, si no lo desea.

Ok. Ya puede morirse de una buena vez. La neurona que le queda está al borde de un ataque de histeria. Y Pierrot, cual adolescente, siente como sus manos sudan un poco, el corazón parece tener estar a punto de salir de su pecho y sus ojos seguramente parecen los de un niño asustado. Definitivamente no sirve para estar con una chica…