No todo es lo que parece {Privado; Bailarina de Papel}

Rompiste el trato... te encontraré... tienes que volver... las cosas se están saliendo de control.... Me revolví inquieta en la cama, ese tipo de cosas se estaban colando en mis sueños últimamente, arruinando mis noches. A pesar de eso lograba conseguir el descanso suficiente para tener energía y no andar por ahí con ojeras y toda débil como algunos inquilinos de la posada, pero no me gustaba nada esa situación, me ponía de los nervios. Me di la vuelta y me cubrí hasta la cabeza. Lo único que seguí escuchando fueron muchas voces susurrando, como de todos los juguetes revueltos o algo muy raro. Eso, junto a imágenes borrosas de mi castillo y mis cisnes distorsionadas con la cara del Duende fueron lo último que vi antes de abrir los ojos abruptamente. Decidí que ya era hora de levantarme, y para mi fortuna una cálida luz de sol aunada a un dulce canto de pajarillos me lo confirmó. Me senté sobre la cama y me di el lujo de suspirar sonoramente, ya que me encontraba sola, y de estirarme. Menos mal la realidad no era tan fea como mis pesadillas.

Me levanté y alisté como cada mañana desde que había llegado a la posada con Babette. No lo hubiera reconocido antes, pero ahora no tenía problema: me gustaba la vida allí. Era sencilla e implicaba mucho más trabajo del que había hecho en toda mi vida de muñeca, pero se sentía cálido en mi interior. Lo único que me mantenía con una mirada hacia el futuro seguía siendo mi Soldado, que aunque el tiempo pasase yo seguiría haciendo intentos por encontrarlo. Me lo había prometido a mí misma. Al mismo tiempo, sentía ya mucha familiaridad con  las personas que me rodeaban, y emprender un largo viaje por mi Soldado cada día me sonaba un poco más doloroso. Supuse que eso se sentía tener un hogar, pertenecer a algo. Miré un rato por la ventana como siempre, llenando mis pulmones con el aire fresco de la mañana. Suspiré y salí de mi habitación.

Bajé y hablé un rato con Babette y Rosette, ayudando un poquito en la cocina, aunque no era mi fuerte. Debía reconocer que aquella desagradable cocinera de mi antigua casa tenía una labor grande, suponiendo que la hacía correctamente. Acomodé algunos mechones que caían sobre mi frente y me dirigí a la parte principal de la posada para recibir algunas cartas. Siempre me entusiasmaba ver los sobres, se me antojaba algo bonito de la vida humana, aunque Babette dijera que casi nunca eran cosas importantes.

OFF:

Sonreía mientras recogía los sobres, pero esa sonrisa se fue desvaneciendo mientras me daba cuenta de que eran algunos más de lo normal, y lo incómodo que era que fueran de diferente tamaño. Me mordí el labio al intentar tomarlas todas con ambas manos, hazaña que logré medianamente. Intentando mantener el equilibrio con todas, di la vuelta y me dirigí nuevamente a la cocina, a donde había la privacidad suficiente para revisarlas y seguir ayudándole a las hermanas Bimbette.

Casi para llegar escuché una voz detrás de mí, pero no estaba segura de que efectivamente me hablara. Por cualquier cosa me di la vuelta hacia donde la había escuchado: me encontré con un joven que al mirarme sonrió. Se veía alegre, y en efecto me había hablado a mí. Con razón lo escuché tan cerca. Me extendió una carta y me explicó la situación. Abrí mis ojos cuan grandes eran y volteé a ver el camino que había recorrido, en caso de que no fuera la única carta que se había caído y yo ni cuenta me había dado. Al parecer sí, así que devolví mi vista al chico.

-Oh gracias, muy amable- respondí haciendo acopio de toda mi coordinación para pasar las cartas a uno de mis brazos y poder tomar aquella. Noté una mesa cercana, así que ahí las deposité tan rápido como pude para por fin tomar la carta que me extendía. Cuando mencionó lo del pretendiente lo miré fijamente. ¿Sabía algo? A juzgar por su expresión juguetona no, pero una nunca sabe. Intenté sonreír, y sentí calor en mis mejillas. Eso de sonrojarme, que me ponía en evidencia en varias situaciones. -Gracias, pero no creo que se trate de eso, la correspondencia es más bien para la posada- respondí, inmediatamente extrañada de por qué le había dado tanta explicación al muchacho. Probablemente la misma razón por la que me sonrojé. Coloqué esa carta hasta arriba del montoncito que formaban las demás y con ambos brazos las tomé para por fin llevármelas, con cuidado de que no se cayera otra.

-Eh, algo así. ¿Necesitas algo?- pregunté deteniéndome. Le ayudaba a Babette en todo lo que podía a cambio de quedarme aquí, pero no estaba segura de que eso se considerara que trabajaba allí de manera oficial, puesto que no tenía funciones tan grandes. Pero sí tenía en mente que ayudar significaba preguntarle a los huéspedes si todo estaba en orden, y atenderlos yo misma si se trataba de algo que supiera hacer.

Ver su actuación y ademanes junto a sus palabras me preocupó, pensando en qué situación se encontraría, pero con sus sonrisas quedaba claro que era en broma. Desde hacía un par de semanas, con la convivencia humana y sobre todo con la gente que conocía, me sentía cada vez menos seria, más relajada y acostumbrada a vivir así, cosa que inmediatamente me hizo pensar en mi soldado y dudar de si le gustaría verme así cuando nos encontráramos... él siempre tan gallardo... pensé entonces que, tal vez, mientras no perdiera la compostura completamente no sería tan grave, ¿no? Regresé mi atención al chico y carraspeé ligeramente, para que mi voz saliera clara. —Oh sí, la posada es excelente con el público, y por supuesto que hay lugar para una persona más, hasta donde recuerdo. Si me das un minuto, podré ir a revisar la lista de alojamiento y preguntarle a Babette si puedes ayudar con... eso... o algo más...— respondí, arrugando mis cejas confundida con lo que dijo, hasta que nuevamente se rió y volví a sonreír. Me sorprendió ver que alguien tuviera esa iniciativa y esa energía, tanto dinamismo. Pero de cualquier modo, ya también me estaba acostumbrando a sorprenderme de todo en esta nueva vida. —Babette es la encargada, así que ahora vuelvo contigo— dije inclinando mi cabeza y retirándome a la cocina, llevando con cuidado la correspondencia, y notando el trabajo que me costaba llevarla toda.

A medio camino decidí regresar, no tanto por aquello de que una dama no debería llevar cargas tan grandes de manera tan poco graciosa, sino más bien por el miedo a volver a tirar alguna, y que esta vez no hubiera alguien que me lo hiciera saber. Nuevamente noté que mis prioridades iban cambiando poco a poco. Regresé a la mesa donde estaba el chico, esperando. —Disculpa la molestia nuevamente, me está costando llevar todo esto. Si me permites, voy a molestarte dejando aquí la mitad, y cuando regrese a darte la información que necesitas recogeré la otra mitad— le expliqué sonriendo, excusándome. Deposité las cartas en la mesa, tomé unas cuantas del fondo de la pila, las más grandes, y volví a excusarme con un movimiento de cabeza, esta vez sin más escalas hacia la cocina.