¿Bailamos? [Privado Bailarina de Papel]

Lugar: Puerto.

El viento traía consigo el inconfundible olor a mar, que se mezclaba con los aromas de la verbena, hasta fundirse en uno sólo. Los puestos ofertaban manjares suculentos y abalorios y baratelas de lo más variado mientras que la fiesta lucía en todo su apogeo, invitando a las buenas gentes de Marshovia a unirse al jolgorio. La noche bullía en una fiesta constante, en la cual, las luces pendían de las girnaldas iluminando la plaza principal, mientras que los pueblerinos danzaban al son de una música alegre y festiva. Claro que Hanz no acompañaba con su ánimo sobrio, mirando desde su asiento con poco interés mientras el jubilo contagioso pasaba de largo por él.

Esa no era una de esas misiones diplomáticas que tenía que llevar a cabo en nombre del esquivo Franz, que a saber donde se encontraba en ese momento. Simplemente se permitía disfrutar de unos días de relax lejos de su papel de la corte, pues hasta interpretar al príncipe resultaba agotador. Era irónico pensar en su desprecio hacia la nobleza, y como por otro lado sentía las presiones del heredero al trono de Lindert, haciendose pasar por él. Más que esas charlas que no se le daban bien, con otros aristócratas falsos y arrogantes, el prefería pasar la tarde entrenando en los patios interiores con su espada, al aire libre, sin importar cuanto frío hiciese... Pero estar en Lindert no bastaba para conseguir que le dejasen tranquilo, ni que algunas de las pretendientas de Franz lo acosasen por los pasillos.

Ese día se hallaba lejos, al sur, en el puerto, con una jarra de cerveza en la mano y una capa sobre sus hombros para pasar desapercibido y que no volviesen a confundirle con el príncipe.

Dio un sorbo a su bebida y miró la luna reflejada en el mar, como un charco de plata en la supreficie oscura, que brillaba con los reflejos. Hanz se dejó caer sobre una silla. Echaba de menos su vida humilde, a su familia, pero sabía que mientras todos creyesen que era Franz, no podía volver. Parecía que no podía encontrar su lugar ni su identidad. ¿Disfrutaba siendo quien no era? ¿O por el contrario ahnelaba lo que ya no tenía?

Había pasado poco tiempo desde su transformación, y aún menos de su adaptación al mundo humano. Aún así, Balbina estaba disfrutando los momentos junto a Babette, Paul, la gente de la posada, el pueblo... más de lo que alguna vez creyó, ya que no se imaginó pasarla tan bien en un lugar tan diferente, lejos de su soldado y de alguien que le tuviera la cantidad de cuidados a los que la había acostumbrado el niño que era su dueño, y con el continuo contacto con personas como la cocinera. Que por cierto, Balbina podía apostar a uno de los cisnes del castillo donde vivía a que había visto a la cocinera dos o tres veces en el transcurso de los días, por el mercadillo y por las calles. Pero ni eso opacaba el bienestar que sentía... hasta que se acordaba del soldado.

Una de las cosas que le habían provocado entusiasmo era la fiesta que se llevaría a cabo esa noche, estaba curiosa por ver ese evento, qué clase de personas irían, cómo festejarían y demás menudencias. Se había arreglado el cabello y la ropa lo más que pudo (¡es mucho más tardado ahora que antes! pensaba), y se dirigió al puerto, aquel lugar donde se encontró con Paul y con su primer esperanza de cumplir su objetivo.

El festejo ya había comenzado, y la gente se veía muy contenta. La decoración era sencilla pero vistosa, y Balbina intentó sonreír para encajar en algún lugar, pero no tuvo éxito. Aunque la música era alegre y la gente amistosa, ella no podía imaginarse movimientos compatibles entre ella y quienes la rodeaban. No era opción dejarse llevar, era algo vergonzoso, no podía permitirse algo así. No quería decir que era algo corriente para ella porque las personas la habían tratado bien y no quería ser malagradecida, pero simplemente no se sentía plena allí. Suspiró, comió y bebió una cantidad mínima de una mesita que se veía bien y se dispuso a regresar... de no haber sido por algo: ¿Y ese quién es?

La figura encapuchada de inmediato llamó su atención. No intentaba bailar, cantar ni convivir con las personas. Algo en su interior la urgía a que se acercara a verificar si no se trataba de la forma humana de su soldado, o de aquel desagradable duende (a quien por cierto le tenía miedo por la deuda que tenía con él). Su corazón latió muy rápido mientras caminaba hacia aquel extraño, pensando que si era el duende entonces se había visto vanidoso, ni de juguete se veía bien parecido. Y si era su soldado... pues... se veía algo diferente, pero... la curiosidad pudo más que el miedo. Se acercó y le tocó el hombro. -Ahm, hola... me parece que nos conocemos, ¿no es así?- dijo Balbina con un gesto serio, aparentando la seguridad que precisamente no sentía en ese momento. ¿Sería el duende que la había encontrado e iba a por ella? ¿Sería el soldado sin tener idea de que ella estaba allí? ¿O sería alguien más y ella acababa de ponerse en ridículo?

Con gesto apático dejó la bebida sobre la mesa, la cual osciló hasta dibujar un surco alrededor del vaso. En mitad de esa crisis de identidad se hallaba, preguntándose cuan a ciegas debía seguir mientras interpretase al príncipe, un papel que cada día le venía más grande, pero que como contrapartida, alentaba un lado oscuro que albergaba en su interior. Si Franz no volvía nunca, él sería el único heredero al trono de Lindert, y nadie podría discutirlo... Había aprendido que en la corte tenían una lealtad ciega hacia el príncipe, pero por mucho que le pesase, no eran tontos. Odiaba esa paradoja en la que se hallaba metido, y decidió que no iba a dedicar ni un minuto más a pensar en semejantes ideas perturbadoras. Aunque muchos lo calificarían de aburrido, a Hanz le servía para evidadirse en cierto modo, aunque a veces no podía evitar que sus pensamientos fuesen prisioneros de sus obligaciones. Suspiró, pensando en el rey, en la reina y en la princesa...Pero también en la situación con M´Apple.



Bueno, lo dejaría pasar de momento. Iba a volver a tomar su vaso cuando notó unos golpes en la espalda, que lo hicieron girarse con tirantez para mirar a la persona que había interrumpido su línea de pensamientos. Aquello se le antojó extraño, no se trataba del mesero pesado que había intentado llenarle el vaso varias veces a lo largo de la noche, ni de un grupo de niños que se habían acercado a cuchichear. No... Esta vez se trataba de una joven de aspecto delicado, similar al de las doncellas de la corte. Es decir, Hanz podría haberla comparado con una princesa incluso, pero la única que conocía era la de Lindert, y ella no era precisamente un ejemplo de feminidad. Emitió un gruñido a modo de, ¿Saludo?, mirándola con intensidad, a pesar de que sus facciones estaban vagamente ocultas por la capucha, la cual retiró con deliberada lentitud. ¿Conocerle?



-Lo dudo-Replícó, de forma más brusca de la que hubiese pretendido. Pero...Puede que a quien conociese fuese a Franz, y en ese caso lamentó haber hablado antes de tiempo. ¿Se trataría de alguno de sus escarceos amorosos? Al soldado no le gustaba llevar la cuenta de ellos, ni de cuantas cortesanas había tenido que espantar de mala manera, mientras interpretaba al príncipe. La chica parecía joven y frágil, y se preguntó como se había acercado a él a pesar de su aspecto intimidante. Parecía que no podía escapar siempre del papel que debía interpretar, aunque tampoco quería delatarse-Actualmente ando de paso por Marshovia-Explicó-Puede que me haya confundido.

Su corazón latía fuerte y rápidamente mientras aquel hombre le respondía, dándole de cierta manera la explicación que había solicitado... aunque no la satisfacía del todo. Frente a sus ojos pasaron varias escenas del duende regresándola, de su soldado abrazándola, de un desconocido burlándose de ella como lo hacía el duende de los juguetes nuevos y pequeños, y muchas otras, hasta que vio la seriedad con que hablaba y su tono tan... ¿formal? No sabía definirlo, pero definitivamente no pertenecía al duende o a alguno de sus secuaces, por lo que ella recordaba de sus molestas voces. Hizo una mueca con la boca, en su interior se sentía mitad aliviada por que no fuera ese viejo raboverde y la otra mitad intrigada, porque ahora que recordaba nunca había hablado con su soldado. Quitó la mueca y se mordió el labio, dubitativa, intrigada, y esperanzada de que en efecto fuera él pero no la reconociera. Si se trataba de eso, para ella demostraría una agradable muestra de lealtad hacia la Balbina de juguete, y entonces... entonces...

Decidió que no se daría por vencida tan fácilmente. ¿Y si allí estaba lo que la había impulsado a tantas cosas en estos últimos días? Su corazón seguía agitado mientras miraba al hombre fijamente a los ojos, tal vez así lograrían reconocerse, o ver alguna pista o algo. -Uhm, ¿seguro? Es que me pareció muy parecido a alguien que conozco...- replicó entornando los ojos. Era cierto que aquel sujeto, aunque bien parecido, no se veía como la versión humanizada de su soldado, aunque no estaba segura de si los demás la podrían reconocer por ser una versión humanizada de ella misma, la Bailarina de pap...

Enarcó una ceja mientras procesaba esa última idea. ¡La pierna de su soldado! ¡Lo que lo diferenciaba de todos los demás (además de su interminable galanura, claro)! Intentó mirar abajo disimuladamente, a donde se encontraría la pierna del hombre, o la falta de la misma... pero no alcanzaba a ver bien, necesitaba mirarlo directamente, y no le apetecía ser tan indiscreta en ese momento. Recordó que, a pesar de que le faltaba una pierna, su soldado siempre estaba bien erguido y con una postura envidiable, así que no se podía guiar por eso. Tendría que ingeniárselas...

Por algún extraño motivo que no alcanzaba a comprender, esa muchacha no se daba por vencida, insistiendo en el hecho de que no era la primera vez que se veían, lo cual acrecentó las sospechas del joven, que por el perfil de la dama, estaba convencido de que sería algún desliz amoroso de Franz. Sintió pena por la chica, pero desde luego el no quería tener nada que ver. El hecho de que ella lo mirase con tanta intensidad, lo hizo sentir incómodo, obligándolo a sostenerle la mirada con sus orbes azules, juntando las cejas en una expresión dura que pretendía amedrentarla para que se fuese. Nada más lejos de la realidad.

-Es de noche-Comentó como si nada, dando a entender que ahí radicaba su confusión-Y mi rostro es corriente, créame. No es la primera vez que me confunden con alguien-Aunque claro, eso era otro cantar, algo más bien diferente. Quería decirle que se marchase, ser un desagradable como solía ser siempre, pero no quería tener que lidiar con una llantina que sospechaba que sobrevendría a una de las amantes del príncipe. Se masajeó la barbilla, y aun abiendo que noe ra lo que quería hacer, dijo:-Mi nombre es Hanz-Así al menos saldría de dudas-¿Y usted?-Observó su mirar nervioso y eso lo puso tenso, preguntándose que era lo que esperaba de él. Diantes, solo era un soldado, nada que ver con el principe encantador-Puede quedarse a tomar algo si asi lo desea-Agregó finalmente.

Entre más lo miraba, menos segura estaba de que fuera él. Sin embargo, su voz, su porte, su gesto, le eran familiares de algo y eso era lo único que ella necesitaba para aferrarse a la posibilidad de que fuera él, solo que no se reconocieran. Sí, debe ser eso, pensó. Además, le faltaba hacer su dichosa comprobación con la pierna, y mientras quedaran esos cabos sueltos ella no se iría de allí.

-Es de noche y mi rostro es corriente, créame. No es la primera vez que me confunden con alguien-. Enarcó aún más una de sus cejas y colocó sus manos en la cintura. Si estaba haciendo referencia a sus muchos hermanos soldados de plomo que eran muy parecidos, no era gracioso. Además, para ser una prueba de lealtad a la Bailarina de juguete ya era bastante, comenzaba a impacientarse y a darle la sensación de que la había olvidado, lo cual le parecía improbable aunque le causaba angustia y una ponchadura a su ego, aunque no lo admitiría fácilmente. Antes de que pudiera responderle, el sospechoso le dijo su nombre. Eso no le decía nada, ya que ella se hacía llamar Balbina. Recordó el origen de su nombre y trató de imaginarse de dónde habría sacado él su nombre "humano". Estuvo tentada a preguntarle de quién lo había copiado, pero se aguantó y solo lo miró apretándose los labios. -Mucho gusto Hanz, mi nombre es Balbina- le respondió aún con tono cauteloso y entornando un poco sus ojos. Tenía muchísimos deseos de aclarar la situación de manera directa, pero le pareció una indiscreción en ese lugar tan lleno de personas a su alrededor.

De pronto la invitó a quedarse. Maravilloso, pensó, justo lo que necesitaba. -Gracias, creo que así lo haré- respondió intentando sonreír. Miró hacia abajo con el pretexto de ver al lugar donde el hombre había estado sentado, pero igual no alcanzó a ver si tenía una o dos piernas, debido a su capa. -¿Qué estaba tomando usted? O primero, ¿le parece si me invita a tomar asiento?- dijo aún con la sonrisa puesta y la esperanza de no arruinar su oportunidad de entablar más contacto con este hombre, que en un descuido podría ser el de su vida.

Agarró el vaso y terminó de vaciar el contenido de este en su gaznate, limpiándose la boca con el puño de la camisa, como lo haría un soldado raso más que un príncipe de modales refinados. Así se haría haciendo a la idea de que el no era Franz, si acaso le daba por preguntar. La luz de las antorchas creaba contornos mágicos, haciendo que todo se viese diferente en la noche, donde la fiesta reinaba por doquier. La melancolía lo acompañaba, sin embargo el silencio que antes se había apoderado de su recodo ahora se veía alterado por la presencia de la chica de cabellos castaños y ojos claros.

-Encantado yo también, Balbina-Dijo con algo de apatía. No, definitivamente no calzaba en absoluto con el ideal de "príncipe azul". Se preguntó si sus modales la espantarían, así no tendría que lidiar con ella, solo con la culpabilidad de ser un desagradable, sin embargo ella era valiente o simplemente cabezota... Aceptó su ofrecimiento con determinación admirable, sonriendo de forma extraña. Parecía bastante segura de sí misma, algo que lo cogió desprevenido, como si no estuviese acostumbrado a tratar con una mujer así. Hanz titubeó, indeciso, antes de agregar con voz ronca-¿Le...Le gustaría tomar asiento, señorita?-Tragó saliva. Lo estaba haciendo fatal, así no iba a conseguir que lo dejasen tranquilo-Estaba tomando vino, una reserva bastante fuerte de la condesa. Dicen que ayuda a olvidar los pesares-Agregó en un susurro, más para sí que para ella-Aunque de momento, mi memoria sigue como siempre-Ironizó-Pero usted no tiene pinta de querer olvidar-Prosiguió-Quizá prefiera algo más suave, acorde con su constitución, ¿No cree?-Vaya, pues puede que si que le estuviese soltando la lengua-¡Mesero!-Llamó a un tipo con delantal algo sucio, el cual se acercó enseguida-Tráigame lo de antes, y lo que ella quiera. Invito yo-Depositó un par de relucientes monedas sobre la mesa, que el hombre tomó rápidamente antes de desaparecer. De nuevo, el silencio incómodo se apoderó de él.

Su tono de voz seguía siendo áspero, sus modales no eran tan elegantes como a ella le hubiera gustado, y a cada momento iba perdiendo la galanura que tanto le había encantado cuando ambos eran juguetes... pero aún así se quedaría. Tenía que comprobarlo. Hasta que viera una prueba irrefutable, una evidencia de esas con las que no se puede dar marcha atrás o buscar justificaciones, ella no se iría de allí.

Se veía nervioso cuando ella se sentó, pero no le dio importancia puesto que no sabía interpretar esa señal. Podía ser su soldado con miedo a que lo reconociera, pero igualmente podría ser porque era un hombre ajeno al que le gustaba beber solo, o a saber. -En efecto, no quiero olvidar...- respondió en voz baja mientras el hombre ordenaba al mesero. -¿Dijo usted de la condesa, cierto? ¿De Lady Katrina? Entonces para mí también algo de la finca de Lady Katrina, gracias-. Sonrió y se giró hacia Hanz, satisfecha de conocer un dato importante sobre su nueva vida, gracias a Paul. Por supuesto que no quería olvidar nada, al contrario, quería absorberlo todo. -Y gracias a usted también, por invitar-.

Cuando se hizo el silencio, ella no supo cómo tomar la expresión de él. -Y entonces... ¿a qué se dedica, Hanz? ¿Es usted marino, o tiene algo que ver con el mar, con el puerto?- preguntó, reprimiendo sus inmensas ganas de preguntarle si era un soldado que había partido al océano hacía poco tiempo.

Algo le decía que esa chica seguramente lo había confundido con Franz, que venía tal vez para recuperar el afecto que el pudiese haberle entregado, y se sintió nervioso. No le gustaba lidiar con los escarceos amorosos del príncipe, pues nunca era algo cómodo. Además, en cierto modo, temía que esas chicas pudiesen descubrir que el no era el heredero de Lindert, no del mismo modo que pretendía ahora. Es decir, creer que no se trataba de la misma persona no era igual a que supiesen que era un impostor.

Enarcó una ceja, si conocía el vino, seguramente sería de por allí...O no. La reserva de lady Katrina tenía una fama que le precedía por la calidad de sus vinos, aunque pocos más allá de Marshovia se dirigían a ella como "la Condesa".

-¿Está segura?-Inquirió. Gruñó, acto seguido, y desvió la mirada hacia otro lado. En el escenario, un grupo de artistas ambulantes llevaban a cabo un espectáculo que despertaba las risas ajenas, pero a él solo le producía indiferencia. Se obligó a mirarla a los ojos, sorprendido, sin saber que respuesta esperaría de él. Lo cierto es que se hallaba en un aprieto, y optó por decir la verdad.

-Soy un soldado, aunque actualmente descanso de mis obligaciones por estas tierras. ¿Y usted? Si no es demasiada indiscreción preguntar.

Por un momento, solo por un momento mientras el hombre le respondía, la bailarina se distrajo con el espectáculo del escenario. No era ni cercano a ningún arte clásico, sin embargo tenía su propio encanto. La chica comenzó a girar su cabeza en un intento por entender aquel número en escena, cuando las palabras de él la regresaron rápidamente al momento y lugar en el cual quería estar. Al escucharlo, ella no pudo evitar girar su cabeza rápidamente para mirarlo de nuevo, abriendo sus ojos cuan grandes eran. -¿Soldado?- preguntó, con una sonrisa que mostraba sus dientes, un brillo esperanzado en los ojos, y un corazón latiendo salvajemente. ¡Entonces no me confundí!, pensó. -Eso es... fascinante- respondió asintiendo con la cabeza y mordiéndose el labio inferior, con el cuidado de mirar hacia otro lado, como haría una buena señorita aguantándose las ganas de saltarle encima y abrazarlo, reclamándole en voz muy alta lo que le había hecho pasar con su ausencia.

-Yo...- carraspeó y se acomodó en su asiento. -Yo soy bailarina clásica. Ballet...- le contestó sonriendo y alzando una ceja, en su intento por hacerse reconocer por aquel. Ella intentaba controlar su respiración mientras imaginaba la escena de ellos regresando juntos (¡porque no podía ser otro soldado que SU soldado!) cuando el mesero llegó con las bebidas. Balbina, sin saber qué hacer, solamente las miró, suspirando y volviendo su  mirada a aquel soldado, de maneras más hoscas que las que ella recordaba.