Jugando al gato y al ratón (+18, James Hook y Morrigan)

Aquel lupanar se estaba haciendo bastante famoso, lo suficiente como para que hubiese llamado la atención del pirata de Neverland. Era la primera vez que escuchaba del lugar, lo cual era bastante decir, haciendo que le diese curiosidad suficiente para hacer que realizase una expedición hasta aquel reino. Había desembarcado del Jolly Roger con cierta cantidad de dinero como para satisfacer cualquier capricho, además de una caja con un par de prótesis de recambio. Ahora mismo usaba unas pinzas, pues no era cosa de que lo reconocieran tan rápidamente por su fama, así que de ahí las precauciones y demás.

Para cuando llegó al local se dio cuenta del ambiente que se vivía ahí, uno de un gran acontecimiento, escuchando de entre los comentarios que se estaba subastando la virginidad de una jovencita nueva. Aquello parecía interesante, y más aún cuando la sacaron al palco, pues era una chica muy atractiva, así que pronto se vio involucrado en la puja por ella, aunque no parecía que le fueran a sacar ventaja. Aparentemente esa noche la rubia sería suya.

Un cuervo permanecía posado sobre uno de las vigas que propiciaban la seguridad de que el techo no se cayese sobre sus cabezas. Aunque antaño el local había sido símbolo de mediocridad, la reforma sufrida, tanto en su infraestructura como en su "género" y dirección, habían ayudado a convertir una miserable pocilga en un lugar donde cualquier cosa podía hacerse realidad... Dentro de los límites humanos. La discrección era la firma por excelencia del Burdel La Masquerade, y los clientes más ricos acudían allí a derrochar sus pequeñas fortunas en los placeres de la carne.

El cuervo miraba hacia abajo, cuidándose de no graznir para delatar su presencia, pues en ese selecto lugar no había cabida para plagas, al contrario que cuando la benefactora se hizo cargo de él. Sin embargo dudaba que nadie fuese a oírlo, teniendo en cuenta la expectación que convertían las voces en música de cámara, un sutil sonido de fondo que amortiguaba cualquier otra cosa. Ese día tenía lugar un suceso que haría las delicias de una sola persona, pero que también haría ganar a la dueña una buena cantidad de dinero, y su precio no era otro que la sangre. No, no rodarían cabezas, pero la férrea determinación de algunos de los presentes por levarse el "premio" era devastadora, posiblemente fruto de sus orgullos como aristócratas, cargos que portaban la mayoría.

El duque de Wesselton fue uno de los primeros en entrar, ocultando inútilmente bajo una máscara demasiado grande su ganchuda y prominente nariz. Su feudo no se hallaba muy lejos y eso propiciaba que fuese un asiduo cliente de Le Masquerade. Ese día llevaba un jubón azul oscuro y una estrafalaria peluca rizada, a juego con el gris de su bigote de escoba. Juntaba sus dedos larguiruchos, al igual que sus piernas, con deleite, seguro de ser esa noche el que pudiese saborear el dulce de la inocencia.
A unos escasos tres metros, y con mucho más juicio, el imponente Claude Frollo aguardaba semi-oculto entre las sombras. A pesar de estar protegido por el antifaz, cualquier precaución era poca para guardar las apariencias y evitar que nadie pudiese reconocerle. Estaba lejos de su palacio de justicia, pero aún así, las fronteras no podían ser lo suficientemente amplias como para proteger su reputación de hombre de dios incorruptible. Sus labios dibujaban una mueca desagradable y dura, como un reflejo de la lascivia que estaba imbuida en él. Dedicó una mirada de desprecio a los otros pujantes, con la altanería de quien considera a los demás simples y patéticos pecadores que se han desviado de la senda, mientras que el esbozaba una sonrisa altanera y pretenciosa... El era demasiado santo, su cruzada contra el mal bastaba para borrar el daño que pudiesen reflejar en el esos pequeños deslices...
Giró su rostro para ver como un tipo de grandes dimensiones irrumpía con los modales de un bárbaro, y meneó la cabeza al sentirse rodeado de herejes. Ese era el precio de su santidad.
El individuo musculoso crujió los nudillos, empujando a todo aquel que se cruzaba en su camino, acariciando con brusquedad su bolsa de oro con la seguridad de quien lograría su objetivo sin importar el precio... De lo contrario sus fuertes puños hablarían por el, mientras sus brazos surcados por cicatrices los guiaban.

Mucha más gente se unió al corrillo, admirando la "pieza" subastada con ojos lujuriosos, que más que contemplar la innegable belleza de la joven, parecían obsesionados por ser ellos quienes le arrebatasen su pureza.

Off:

Un traje de seda blanca, se movía con elegancia entre la multitud que se agolpaba en la sala. Había llegado casi por casualidad, mientras buscaba algún modo para desahogar su frustración tras varias semanas en alta mar. La noticia de la puja, había corrido como el agua entre sus hombres, aunque pocos hubieran llegado a poseer lo suficiente como para hacer frente al poder monetario que sustentaba la nobleza. La máscara ocultaba sus facciones y limitaba su visión, pero había podido disfrutar de una primera plana del premio que se rifaba.

Tenía dinero más que suficiente para barrer con todos los presentes, y si no... podía aparentarlo con facilidad. Se situó en una de las mesas más cercanas al estrado, contemplando con lascivia enfermiza al trozo de carne que iba a estrenar. Agarró a una camarera que pasaba por su lado de una de sus manos, y con un gesto, señaló al vino que portaba en una bandeja de plata en su siniestra. El sabor del buen vino, le abriría aún más su apetito.

Off:

-¡Que empiecen las pujas!-Bramó ShanYu, que no estaba allí para escuchar monsergas. Normalmente era un guerrero paciente, pues en la guerra no se podían realizar movimientos sin una minuciosa premeditación estratégica, pero en los asuntos de cama prefería no andarse con rodeos, pues tenía ejércitos que organizar. Una yegua era una yegua, no necesitaba saber absolutamente nada de ella. Golpeó con su puño una mesa cercana, dejando caer el vino rojo sobre la madera, y una chica de generosos pechos y rizos negros se apresuró a correr para limpiarla, con tal rapidez que demostraban el miedo que le producía.

Sin embargo eso le granjeó una mirada desaprobatoria del Duque de Wesselton, quien dio un respingo al observar a aquel bruto que le sacaba cinco cabezas al menos. Que poca vergüenza, ¿Cómo dejaban entrar a animales en un sitio como aquel? Esperaba que ese grandullón no le aguase la tarde o tendría que poner una hoja de reclamaciones. ¡Ese se suponía que era un sitio selecto! No una verdulería en pleno mercado, en la cual entrase cualquiera. Claro que quien tenía el dinero, hacía las normas. La mercancía debía ser inspeccionada con sumo cuidado antes de que se decidiese a comprarla, y las prisas que metía el tipo grande le impedían disfrutar de los momentos previos a la compra, haciéndolo cruzar los brazos con indignación delante de su pecho.

-Que desconsiderado...-Murmuró malhumorado a un joven pelirrojo vestido de blanco que había a su lado, mientras sus gafas, colocadas por encima de la máscara, se empañaban con el calor que se generaba dentro de en ella, dificultándole la visión. Se las quitó y empezó a limpiarlas con el encaje de su manga-¿No le parece?

Mientras tanto, el juez Frollo no iba a quedarse atrás; también aguardaba con suma impaciencia el comienzo de las pujas. Ya había observado lo suficiente su futuro premio como para dejar que lo engatusasen más con publicidad. Lo que hubiese que saber, ya lo comprobaría más adelante, bajo la calidez de las sabanas que darían rienda suelta a los más oscuros pecados de su corazón. No era más que una ramera, a fin de cuentas, no tenía que entretenerse tanto en los detalles.

-Si sois tan amable-Dijo con calma pegajosa, dotando a su voz profunda de cierto cariz impaciente bien disimulado-La noche es joven, al igual que ella. Y por eso preferiría que no nos demorasemos más.

A medida que el "evento" avanzaba, los pujantes empezaban a hacerse más diversos. Por su parte, James alcanzó a reconocer a al menos uno de los que parecían ser sus rivales para conquistar el tiempo de aquel preciado premio que constituía la rubia parada en la plataforma. Se trataba de un magistrado, uno que si no se equivocaba pertenecía a una de las historias de la Bruja, otra de aquellas que tenía mucho que ver con el Mundo del que él mismo había venido. Después de todo, en este lado del firmamento había una réplica de Notre Dame, y de mucho de la ciudad donde la original se encontraba. No sabía demasiado de él, que no era como que se metiese mucho en las otras historias mientras pudiese evitarlo. Sin embargo, sí suponía que podía ser un contrincante complicado, por más que hubiera pensado que prefiriese las morenas, y entre ellas, a las gitanas.

Habían otros personajes que parecían algo fuera de lugar, con un porte que se distinguía del común de los asistentes a la subasta, aquel común que podría ser rápidamente sobrepasado a la hora de pujar por la chica. Sí, aparentemente tendría alguna competencia después de todo. En el palco, la muchacha estaba siendo retenida por un hombre musculoso, claramente demostrando que no quería estar ahí, pero era igualmente obvio que no tendría una alternativa a ello.

El espectáculo había comenzado con un supuesto presentador que tenía la labor de inflamar los ánimos aún más. El pirata no se dignó a seguir el griterío de los parroquianos, simplemente levantando su mano para ir superando las pujas ajenas, aunque no consecutivamente, sino con mesura.

- ¿Desconsiderado? - Preguntó desviando su atención del preciado trofeo, para centrarla en aquel extraño sujeto. Era pequeño y raquítico, un viejo deseoso de probar la carne joven, pues nadie en su sano juicio estaría dispuesto a entablar el mínimo contacto físico con él.

- ¿De quién habláis? - Había estado demasiado distraído como para enterarse de nada de lo que hubiera podido ocurrir a su alrededor. Aquella fémina era demasiado atractiva como para poder desviar su mirada a cualquiera de aquellos miserables que pretendían robársela.

- De todas formas. Sea de quién sea la persona a la que os referís, no tendrá el mínimo de interés requerido para llamar mi atención. - Volvió a girar la cabeza, centrándola en la joven. Solo podía esperar a que empezaran las pujas.

-De esa bestia de allí-Dijo, acercándose hacia su oído con discreción y señalando hacia donde se hallaba ShanYu. Lo hizo lo suficientemente bajo como para no atraer la atención de aquel a quien estaba criticando, pues a pesar de todo, no estaba lo suficientemente loco como para querer empezar una pelea que no podría ganar. Sin embargo, lejos de compartir su opinión, el joven de cabello cobrizo con el que había pretendido entablar conversación, lo desplantó de forma poco elegante-¡Oh!-El Duque, emitiendo gruñidos desaprobatorios por lo bajo, alejándose lo suficiente como para demostrar su desagrado hacia el maleducado que osaba ningunear sus interrogantes. Soltó un bufido indignado, para volver a mirar hacia el estrado donde empezaban las subastas, lanzándole miradas furtivas de vez en cuando al muchacho de blanco.

-Entonces, ¿quién quiere "conocer" a Cenicienta?

El ruido imperante causado por los clientes que atestaban la sala, no bastaba para impedir que algunas palabras claramente obscenas se oyesen, elogiando así el cuerpo y los atributos de la chica de aspecto tímido que vestía de gris perla sobre el escenario. Los hombres dejaban de ser lo que eran para dejarse llevar por la avidez del deseo carnal que despertaba en ellos la virginidad de una doncella.

El Duque no perdió puntada, alzando su huesuda mano por encima de su cabeza, agitándola para llamar la atención entre tanto barullo. Sería el primero en mover ficha.

-¡Yo! Quiero decir… ¡Ofrezco 100 monedas!-Estaba tirando a lo bajo, lo sabía, una mujer virgen valía más que eso, no obstante era una estratagema para hacer que los demás competidores se confiasen. En realidad llevaba más dinero que ese… Pero sólo por si acaso no alardearía de ello hasta que consiguiese su premio. Juntó los dedos, esperando a los movimientos de otros igual de interesados que él, confiando en que su buena suerte le sonreiría esa noche.

Claude Frollo no hizo movimiento alguno, pero su voz clara y firme se pudo oír a la perfección cuando con expresión ladina, informó que el apostaba 500 monedas de oro, echando por tierra el plan inicial de Wesselton. Miraba con altivez a los presentes, como desafiándolos a rebatir con alguna contraoferta mejor que esa. Como hombre de justicia, el tenía acceso a ciertos fondos donados “de buena fe” por los habitantes que pagaban religiosamente los desorbitados impuestos. La protección tenía un precio, y el suyo era ese. Sacó una moneda de la bolsa y admiró silenciosamente su brillo dorado, para después guardarla con expresión siniestra.

-¡JA!-Rió el huno-¡JA, JA, JA!-¿Esa iba a ser su competencia? Bueno, no estaba mal, aunque no podía decir que ese tipo de “combates” lo entusiasmasen demasiado, sería gratificante ver como perdían ante su carácter beligerante. No apostaría nada de momento, pues acababa de encontrar un entretenimiento mayor analizando a sus enemigos, y decidiendo como iba a aplastarlos y a pisotear su orgullo.

-¡Yo ofrezco 550!-Gritó alguien al fondo.

La puja inicial había sido bastante baja, considerando lo que se suponía que se estaba ofreciendo en cuanto a calidad de "producto", pero incluso la voz de quien dio aquella primera suma parecía mezquina, por lo que no debería haberle extrañado. Por lo demás, incluso aquel precio ya dejaba a la chica fuera del alcance de la inmensa mayoría de quienes habían ido a admirar a la recién llegada, simples ciudadanos que apenas veían esa cantidad pasados unos cuantos meses de arduo ahorro.

De todas maneras, pronto se empezó a ver que el valor de aquella oferta subía exponencialmente, llegando de un momento a otro a las 550 monedas de oro. Ahora era que las cosas se ponían más difíciles para quienes se pudiesen aún quedarse intentando prevalecer en aquella apuesta. Después de ajustarse tranquilamente una prótesis de una mano que se veía de lo más normal aparte del hecho de estar hecha de metal articulado, acomodando los dedos de manera que el índice estuviera extendido, levantando el brazo. -Setecientas cincuenta- dijo con voz clara y alta.

Parecía ser que los presentes hubieran perdido la cabeza por completo. ¿Quinientas monedas de oro? ¿Setecientas? La virginidad de una mujer era algo valioso, pero no tanto. El precio que pedían por manchar sus espadas de sangre virgen era desorbitado. Podría encontrar mujeres como aquella en un estado parecido en cualquier puerto de la región, y gratis. Aquel teatro que se removía a su alrededor le resultaba ridículo. Estaba seguro de que entre todos los invitados, habría gente a la que pagaran por inflar las pujas de aquella manera, y el no pensaba caer en un truco tan absurdo como ese.

Se levantó de la mesa sin llegar a despedirse de nadie y se marchó por una puerta cercana. Ya volvería en otra ocasión, cuando el precio de su placer no se viera influenciado por el afán consumista de todos aquellos presentes.

Off:

 

-¡JÁ!-El guerrero huno deshizo el nudo que ataba una bolsa a su cintura y la arrojó sobre el palco. El contenido se desparramó a los pies de Cenicienta, mostrando monedas de oro relucientes, algunas incluso manchadas de sangre. Sangre por sangre, pensaba ShanYu con una expresión libidinosa y extraña en sus ojos rasgados, acostumbrados a la matanza de la guerra-¡Seiscientas monedas!-No perdería frente a un grupo de aficionados finolis que llevaban las manos enguantadas y la cara pintada como si fuesen concubinas.

El Duque bufó, sorprendido, al ver como su puja inicial se le iba de las manos, mientras el joven con el que había estado hablando se daba por vencido antes incluso de empezar a ofrecer una mísera moneda. Pobrecito, tal vez era uno de esos nobles que se creían por encima de sus posibilidades. Lamentablemente, tendría que ir empezando a retirarse también ¡El no tenía tanto dinero! Y su gesto se ensombreció aun más cuando Claude Frollo alzó con elegancia su mano huesuda, para llamar la atención de Iván con una oferta mejor que el oro indecoroso del extranjero.

-Ofrezco Seiscientas cincuenta monedas por la muchacha virgen-Informó pausadamente, tersando una sonrisa perversa y ladina en sus finos labios, apartando de estos las arrugas de expresión que poseía en el rostro anciano. Juntó los dedos, un gesto que simbolizaba una amenaza silenciosa a cualquiera que osase competir con su oferta, muy difícil de superar.

Un par de hombres imitaron al caballero de blanco y abandonaron la sala, pero el resto permaneció dentro. Los había quienes aún no desistían en su intento de poder llevarse esa noche a la cama a la chica sin estrenar, y otros simplemente, desistiendo del intento de desprenderse de una cantidad que no poseían, aguantaban sólo por el morbo de ver quien sería el afortunado esa noche. Fugazmente se hizo el silencio, que perduró entre los presentes cuando un sonido hueco se oyó golpear contra el suelo de madera. El curvo, encima de los bastidores de madera que sostenían el elevado techo, aguzó la visión cuando un último pujante decidió hacer su aparición en la atestada escena. Se trataba de un hombre corpulento y alto para la edad que parecían reflejar sus ojos, que se entreveían a través de la máscara negra, amarillentos por algún tipo de enfermedad que hacía parecer los iris de color verde insano. Su piel estaba surcada de arrugas, y su nariz estaba picada de viruelas. Su mentón y bigote estaban recubiertos por una mata de pelo rala, que hacía incapaz de deducir si era rubio o simplemente la avanzada edad había traído la nieve a sus cabellos. El pelo que brotaba bajo el sombrero estaba enmarañado y grasiento, como si hiciese meses que no llevase a cabo una rigurosa higiene. Su atuendo era bastante revelador: La gabardina manchada de salitre, la camisa y los pantalones. Un cinturón recorría su cintura, y de él colgaban un arcabuz y una espada.

Le faltaba una pierna, que era sustituida por un palo de madera.

-Caballero, no podéis entrar armado en la Masquerade-Informó tímidamente una meretriz de cabello rojo fuego y rizos salvajes. El recién llegado le dedicó una amplia y desagradable sonrisa torcida, en la cual mostraba algunos dientes podridos que se confundían con otros de oro puro. Se desprendió de sus efectos personales, entregándoselos a ella, para después dirigir sus andares hacia la multitud.

-¡Oh! No os cortéis por mí, señores. Podéis seguir como si nada-Volvió a mostrar la mueca repulsiva-Por cierto, me gustaría inflar un poco más el precio, ¿Qué les parece Setecientas monedas?-Inquirió maquiavélicamente-Llevo mucho tiempo en alta mar, y no concibo nada más valioso que el calor del cuerpo de una mujer-Agregó, mirando intensamente los pechos turgentes de la subastada.

-Setecientas cincuenta-Lo interrumpió entonces una voz masculina, que hizo que mirase a su dueño, el cual acababa de levantar la mano, hecha inequívocamente de metal.

La chica había estado claramente horrorizada ante los desplantes de varios de los pujantes, particularmente de aquel bárbaro oriental que no había tenido problema alguno para sacar a la luz su dinero manchado de sangre, literalmente. Las emociones jugaban fácilmente en su rostro una tras otra, como cuando alguien superó la puja en un tono mesurado, mostrando alivio hasta que notó de quién se trataba, aquel hombre de rostro severo y por lo demás maduro.

Las bisagras de la puerta se hicieron escuchar en una queja a medida que un nuevo participante se hacía presente, haciendo crujir los tablones del piso con su peso. Una ligera mirada en dirección al recién llegado le permitió a James reconocerle de inmediato a pesar de la máscara con que quería cubrir su identidad, pudiendo haberlo hecho en circunstancias mucho menos favorables que aquella.

Sabía a la perfección que al menos él no le daría problemas una vez que hubiera hecho su propia puja, porque estaba seguro de que igualmente le reconocería apenas viese su mano prostética. Así pareció ser, porque cuando indicó su intención de pagar las setecientas cincuenta monedas, nadie volvió a intervenir, muchos de quienes quedaban quedándose con la mirada fija en su mano metálica.

Con calma se acercó hacia el rematador, entregándole el precio acordado. Luego esperó a que le dijesen a qué habitación tendría que acercarse.

Off:

El cuervo seguía allí, posado en inmutable. Agitó un poco las alas, entumecidas por estar tanto tiempo en una postura tan incómoda, calentándolas para emprender el vuelo hasta alcanzar un saliente por el cual entraba la luz de la luna, que brillaba etérea sobre el manto estrellado y oscuro de la noche.

El pirata cojo alzó la nariz, para ver más allá de las cabezas de los otros hombres enmascarados al tipo, tiñéndo de amenaza el brillo de sus ojos, cubiertos por una enfermiza capa amarillenta. Su tez se tornó lívida cuando fortuitamente lo reconoció… ¿Cómo lo había hecho? Era difícil de precisar con exactitud. A fin de cuentas, un hombre sabio es capaz de reconocer sus propios temores, y ese… Ese hombre no era una simple mancha en el camino. Era ÉL. No bajó la cabeza, pero sin embargo dio un paso hacia atrás, haciendo resonar la madera bajo su pie y la pierna protésica. Podía decirse que pocas cosas los diferenciaban: Salvo la edad, ambos eran hombres de tierra firme a los cuales, la mar los había arrastrado con su sutil arrullo hasta apoderarse de sus almas; ambos eran curtidos marineros, y líderes, pues mientras Hook era el capitán temido de su barco, él guiaba los hilos de los antiguos camaradas de Flint para sus propósitos; y a ambos les había sido arrebatada en el pasado una parte de su cuerpo…

Pero la fama de Hook le precedía, y competir con el en algo como aquello estaba fuera de discusión. No, de ninguna manera. Silver no se cruzaría en su camino, pues acabaría siendo derramada sangre de forma innecesaria, y aunque él también fuese un hombre peligroso, no estaba tan loco como para iniciar una riña que no podía ganar. Sí, había temor. Mucho temor… Pero también respeto. Hook era considerado el más sanguinario y astuto de todos los piratas, incluso alguien había vertido un rumor que afirmaba que sus ojos lagrimeaban un veneno letal. Si era cierto o no, Silver no necesitaba saberlo... El propio nombre de ese pirata sin mano ya le producía escalofríos. El marino de cabello ralo se encaminó hacia la puerta de salida con más sigilo del que había demostrado al entrar, y como un sombra, desapareció al amparo de las sombras que bañaban la calle.

Y así, las pujas se cerraron… Pero el cierre del precio no tenía por qué conllevar consigo la conformidad general. Se escuchó un murmullo de decepción general, y muchos de ellos miraron mal al ganador, con una mezcla de rencor y envidia por su suerte. Pero los había más viscerales, por supuesto. ShanYu no llevaba muy bien el hecho de que un escuálido individuo, que ninguna oportunidad tendría bajo su afilada espada, le hubiese ganado con su oferta. ¿Cómo era posible? El guerrero huno volvió a golpear la mesa con fuerza, soltando un fiero rugido, dejándola caer al suelo con todo el contenido, avanzando a grandes zancadas hasta Hook como un leopardo que acecha al antílope desvalido, cuando la prostituta pelirroja que había desarmado al otro pirata se cruzó en su camino.

-Por favor, caballero…-Suplicó-Las peleas están prohibidas, la señora…-No pudo acabar la frase. La enorme manaza le cruzó el rostro con una violencia que la hizo caer al suelo y doblarse un brazo en una mala postura. Otra joven se apresuró, a riesgo de su propia seguridad, a socorrerla, y se topó con la maliciosa mirada del guerrero. Era rubia, casi como la que había sobre el estrado. La yegua “comprada”. El hombre se relamió los labios con malicia, mientras que con sus fuertes brazos las agarraba a ambas por la cintura, cargándose a cada una sobre los hombros como si fuesen un saco de patatas, y perdiéndose por los pasillos, ajeno a las protestas de estas.

Claude Frollo también se sentía decepcionado. ¡Un tullido! ¡Un tullido había osado ganarle! ¡A él! Oh, cielo santo. El no consentiría que en su ciudad a ese tipo de desgraciados se les permitiese la entrada a los lugares que él pretendía visitar. No había sitio para los enfermos y deformes fuera del campanario, pero lamentablemente el carecía de autoridad en Marshovia. Él era un juez ilustre y respetado, un hombre que casi rozaba la santidad. Pero claro, ¿Qué esperaba? Aquel era un antro de pecadores, y él se había dejado llevar inexorablemente por el aroma sexual que emanaban las chicas de alegre compañía. La carne era débil. Decidió que no perdería más tiempo en un lupanar tan vulgar como aquel, por mucha seda que cubriese sus paredes, seguía estando lleno de lujuria y deseos lascivos… Pero cambió de idea cuando una muchacha de salvaje melena azabache, piel aceitunada y ojos enormes como esmeraldas se cruzó en su camino con un contoneo rebosante de sensualidad. Tal vez no había salido tan mal parado como pensaba, y aún estaba a tiempo de desquitarse con aquella meretriz que despertaba sus instintos más primarios, y que le recordaba a cierta gitana de belleza cautivadora que no podía sacar de su cabeza…


Iván cogió el dinero que el ganador le ofrecía, contando una a una las monedas para asegurarse de que no pretendía estafarle. Era una cantidad muy elevada para pagar, y en más de una ocasión anterior, le habían intentado endosar monedas de madera recubiertas con un baño de oro. Ese tipo de cosas no eran permitidas, y de haber indicios de engaño, el moreno saldría de patitas a la calle sin miramientos. Cogió una al azar y la mordió, confirmando su autenticidad y guardándolas a continuación para llevarlas a la tesorería. Entregó a Hook una pequeña llave dorada y le hizo una seña con la cabeza a otro tipo que ya tenía asignada su misión, mientras él arrastraba a Cenicienta por el pasillo, en busca de la suite elegida para aquella ocasión. Estaba en la tercera planta, y era bastante espaciosa. Morrigan la había elegido precisamente porque no tenía ventanas, como una advertencia silenciosa hacia la joven de Crystal. Debía empezar a asumir su destino, cuanto antes mejor, y nunca hallaría la libertad a menos que la bruja lo desease. Pero como prisión era hermosa… Una enorme cama de matrimonio con doseles vaporosos permanecía en el centro, y el colchón parecía a simple vista hecho de plumas de oca, suave y mullido. El mobiliario era de calidad, posiblemente de caoba trabajada por artesanos de Marshovia, en los cuales la luz de los candelabros dibujaban ribetes dorados. Una alfombra cubría el suelo, una pieza única traída desde Lindert que relataba algunas leyendas locales en el intrincado dibujo que mostraba. Iván arrojó a Cenicienta a su interior y cerró la puerta tras de sí con una llave parecida a la que le había entregado al pirata. El cliente no tardaría en llegar… La tarea de su compañero era entretenerle por los pasillos para que a la chica le diese tiempo de prepararse…

Mientras el pirata se acercaba a la plataforma, no dejaba de estar consciente de lo que estaba sucediendo a su alrededor, una característica que le había servido bien para su supervivencia extendida. Así, notó la manera en que el bárbaro se acercaba decidido, repasando en su mente varias posibilidades de defensa y ataque, tomando en cuenta su tamaño y peso. Quizás ocuparía la bolsa de las monedas como arma... pero nada de eso pareció ser necesario al interponerse una joven en su camino. Finalmente, después de un forcejeo, se conformó con llevarse a aquella y otra, obviamente buscando diversión con ambas. Los demás pujantes, habiendo perdido su oportunidad, se fueron retirando, separándose entre quienes se quedaron en el local buscando los servicios de otras chicas y quienes simplemente se marcharon.

Claramente todo esto había sido igualmente observado por la subastada, que clavó sus ojos en él mientras pagaba el precio acordado, antes de que se la llevasen para prepararla. James pesó la llave sobre su mano por unos instantes antes de seguir las indicaciones que le dieron para llegar a la habitación destinada para ambos. No tardó mucho en llegar ante la puerta indicada, haciendo uso de la dorada llave para abrirla, entrando y cerrando la puerta tras de sí. Se trataba de un lugar muy bien arreglado, con gusto impecable, y adornado con la belleza de la chica que le miraba asustada, aferrándose a una silla.

-Hola, bonita, ¿tienes un nombre? El mío es James- le dijo, dando paso tras paso en su dirección, lentamente.

El pirata asintió al escuchar la respuesta de la joven, observándola con atención. Cenicienta, ¿que ése no era otro de los núcleos del entretenimiento ecléctico de la Bruja del Tiempo? Hasta donde recordaba, no tenía nada que ver con un burdel, pero bueno, si ése era el rumbo que le había dado ahora, no iba a reclamar. Después de todo, no era como si se tratase de mi cuento, y mientras cumpliese con mi rol dentro de todo ello, ya me podía importar menos lo que pasase dentro de los demás.

-Danielle. Es un bonito nombre, que eso de Cenicienta no te va para nada. Estás lejos de recordar cenizas o lo que sea- le indicó, cada vez más cerca de ella, tomando nota de la manera en la que le saludaba con una reverencia. -El gusto es todo mío, Danielle. Y lo será más aún- aseguró, deteniéndose a unos cuantos pasos de ella, notando la manera en que sus ojos indicaban el temor que sentía. -Bueno, vayamos empezando esto, ¿te parece? Me gustaría ver tu cuerpo, así que hazme el favor de quitarte el vestido- le indicó, cruzándose de brazos y esperando a que ella obedeciera a sus instrucciones. No necesitaba en lo absoluto una rebelde problemática en momentos como aquel.

A medida que la situación se iba desarrollando, quedaba claro que la chica estaba nerviosa, temerosa incluso por lo que podía pasar. No, lo que iba a pasar, que no era realmente una opción a aquellas alturas, mucho menos dadas las circunstancias. De todas maneras, al pirata le quedaba claro que ella no estaba ahí por decisión propia, y así se lo confirmaban sus palabras, aquellas con las que intentaba convencerle de que no le hiciera nada.

-Como yo lo veo, he gastado un monto importante de dinero por ti, Danielle. Un monto que no creo que me puedas devolver- empezó a decir calmadamente, quitándose con mesura la chaqueta que tenía. -Por lo demás, considerando el lugar donde estás, incluso si es que cometiese la torpeza de ceder ante tu petición, alguien más vendría a hacerte lo que se le diera la gana, con resultados mucho más... agresivos, supongo. Deberías tomar en cuenta que estoy siendo bastante amable- señaló, fijándose en cómo se cubría con sus manos.

La chica pareció entender lo que le explicaba y a partir de ello obedeció a las instrucciones que el pirata le había entregado, quitándose el vestido y dejando ver su bonito cuerpo, la tersa piel que era tan sólo interrumpida por una última prenda que cubría su parte inferior, aunque por lo que a él le respectaba aquello no duraría mucho tiempo más, claro.

La estudió con interés, notando la marca que se mostraba sobre uno de sus senos, un símbolo que había visto ya en el resto del mobiliario. Ella se cubrió después de unos momentos, ante lo que él negó. -Eso no está bien, Danielle, déjame verte bien- le dijo, terminando de acercársele y dejándola desnuda bajando lentamente la prenda que le quedaba.