¿Quién lo iba a decir? {Privado Hook +18}

Lugar: Isla de Nunca Jamás
Momento: Tres días antes de la próxima luna llena, a las 10:00 de la mañana aproximadamente.

No era la primera vez que veía el mar, pero eso no significaba que se hubiese acostumbrado a él, a pesar de vivir cerca de la costa en el próspero reino de Marshovia. Tanto tiempo en el pantano debía de haberle dejado el sentido del olfato atrofiado, pues la fragancia del agua, las algas y la arena se le antojaba extraña, por no hablar de la molesta sensación de picor que le producía la brisa salada que corría en dirección opuesta a ella. Eso era, con diferencia, lo que más odiaba, pues su piel se resentía con aquella dañina caricia que le regalaba la naturaleza.

El mar se mecía con suaves olas que rompían antes de llegar a la playa, volviéndose más oscuro allí donde su profundidad lo envolvía todo de azul intenso. Algunos delfines besaban la superficie con sus aletas en su veloz nado, saltando a intervalos y salpicando con los pequeñas gotas que se desprendían de su resbalosa piel, volviéndo a hundirse en el agua. Algunos lo calificarían como hermoso, pero a ella le resultaba indiferente y un poco vulgar. Demasiados secretos escondía el mar, y su amplitud era tal que a Morrigan le hastiaba no poder sondearlo como quisiese, pues la humanidad tenía ventajas, pero también limitaciones.

No importaba, desde las alturas Morrigan se sentía poderosa, surcando el aire con sus poderosas alas azules y blancas, con la certeza de creerse superior al volar tan alto donde el agua no llegaba a rozarla. Ni siquiera las sucias gaviotas que planeaban sobre un par de peces rezagados podían competir con ella.
Nunca Jamás se hacía más grande conforme las distancias disminuían y las brumas que la ocultaban se dispersaban para dar paso a su majestuosa figura. Tenía cierto encanto natural, un pequeño paraíso donde todo era posible, claro que a Morrigan eso le producía nauseas. El hogar de los niños perdidos era un gran islote coronado por amplias montañas en las que no había ni una sola cumbre nevada, pues el más puro verdor las cubría como un manto inexorable que invitaba a perderse en él. El único contraste eran las pequeñas cataratas que caían como una costura dentro de la cima, que diese a las entrañas de aquel país. En su zona oeste, podía apreciarse un recodo escarpado y árido donde supuestamente vivían los nativos del lugar, mientras que en el extremo opuesto la luz del sol se reflejaba en la llamada laguna de las sirenas.

Pero ella no había venido a hacer turismo. Necesitaba conseguir tres ingredientes o su poción de envejecimiento prematuro sería un verdadero fracaso, ya que aún tenía que mezclarlos con las tripas secas de un cerdo y dejarlos remojar en sangre de caballo. La pluma del ave-ilusión era el más difícil de conseguir, sin lugar a dudas. Aunque había quienes techaban la isla de peligrosa, a Morrigan no le preocupaban ni los indios ni los piratas, al menos no tanto como los niños perdidos. Nunca los había visto, pero se le antojaban como un grupo de repelentes demonios en miniatura con los que prefería evitar encontrarse, debido a su aversión a los menores de edad. En realidad, cualquier crío era un incordio para ella.

Escapó de una corriente de aire y planeó hasta descender sobre la playa más cercana, una pequeña bahía rodeada por grandes extensiones de arena cálida bañada por las aguas azules. Se posó sobre un saliente y acto seguido comenzó a acicalarse las plumas, algo revueltas tras las largas horas de viaje. Emitió un sonido gutural. Siempre que presentaba aquella forma le entraba un hambre atroz que compulsivamente la llevaba a consumir cualquier porquería que se encontrase por el camino, y esta vez su víctima fue un incauto cangrejo que pensó que era una buena idea salir de su roca. Lo atrapó entre su pico y lo golpeó repetidas veces contra la roca, para después extraer su carne y degustarla con gran placer. No pensaba perder el tiempo, pero las tareas siempre resultaban más placenteras con el estómago lleno, tal y cómo había oído decir a Orgoch en más de una ocasión.

Se suponía que la oscuridad de la noche era la cubierta perfecta para los villanos y sus actividades, pero aparte de que jamás había pensado en sí mismo como un villano más allá del papel que le tocaba realizar una y otra vez en aquella historia sin fin, Hook siempre había gustado de no hacer lo que se esperaba de él. Por supuesto, esto no era del todo posible tomando en cuenta que tenía que seguir ciertas pautas si quería asegurar su supervivencia y la de Peter, así que tenía que conformarse con los espacios en los que sí tenía libertad de movimiento, como aquel en particular.

Había desembarcado en la isla principal del archipiélago, el hogar de su hermano/enemigo y los críos perdidos, una banda de truhanes irritantes como el que más que siempre le hacía preguntarse si él también había llegado a ser tan terrible cuando había tenido su edad, tanto tiempo atrás. No lo creía, por supuesto, e incluso en el improbable caso de que hubiera sido así, al menos había tenido la posibilidad de crecer y convertirse en un hombre hecho y derecho en lugar de estar condenado a ser insufrible indefinidamente gracias al capricho de la Bruja. Bien, al menos no tenía que aguantarlos todo el tiempo, sino tan solo cuando tocaba secuestrar a unos cuantos para el enfrentamiento ocasional con Peter que, a estas alturas, ya tendría que haber empezado nuevamente con su extraña relación con Wendy, típica de lo que recordaba de su antigua personalidad cuando simplemente le disgustaba que una chica se le acercase. Niñerías, después de todo, que no tendría la oportunidad de podar de su carácter ahora que estaba atrapado en aquella obra continua de teatro.

En fin, que justamente era una de esas misiones lo que le llevaba a la isla aquella tarde, y por ello era que la barca con un puñado de piratas encallaba en la clara arena de la playa, desembarcando todos y realizándose los procedimientos necesarios para que no se les fuese a escapar con la marea. Luego las órdenes fueron entregadas y los piratas se esparcieron en distintas direcciones mientras su capitán se dedicaba a esperar. Un golpeteo llamó su atención y, como bien poco había que hacer hasta que los demás volviesen y para eso faltaban una buena cantidad de horas, se apartó de su puesto para ver de qué se trataba. Se encontró con un ave de oscuro plumaje zampándose un cangrejo. James sonrió ladeadamente mientras tomaba una botellita de su cinto, le dio un golpecito con su garfio, abriéndola, y bebiendo del ron de su interior. Casi le había sonado como alguien tocando a una puerta.

La cáscara vacía cayó rodando por la roca, y el ensañamiento de la urraca se centró en una de las pinzas del infeliz crustáceo. Agradecía aquella forma, pues la fisionomía de su pico le permitía una dieta completamente omnívora, por lo cual no tendría que comer exclusivamente gusanos cuando presentase ese aspecto. Morrigan odiaba los gusanos, demasiado acostumbrada a ellos y a su textura gomosa en los pantanos de Morva. Movió su pequeña cabecita para mirar el hombre que había aparecido en la playa con sus mezquinos ojillos negros. Que descuidada. La urraca matraqueó, como si se tratase de una advertencia al marino que bebía, pero simplemente era una muestra de fastidio. No había contado con tener que esquivar a más seres humanos en la isla, a parte de los mocosos y a los indios. Claro que, sería tonta si pensase que no hallaría más compañía en semejante paraíso. Esa isla no era tan virgen como parecía, y supuso que la población era mayor de lo esperada.
Con un saltito y batiendo las alas, se posó sobre la arena, acercándose al tipo para verlo mejor, siempre con la prudencia de asegurarse el vuelo si es que trataba de espantarla.
No parecía un viejo ermitaño, tal vez tendría la misma edad que ella presentaba como humana, y poseía cierto atractivo que Morrigan no pasó por alto. No obstante, su aspecto no lo eximía de ser una potencial amenaza que entorpeciese su búsqueda de ingredientes, aunque tampoco indicaba lo contrario. La extraña se preguntó cual sería el movimiento más acertado: No sería bien recibida por ninguno de los habitantes de la isla, pero había tenido suerte de encontrar a ese sólo, al menos eso era lo que parecía, lo cual podía facilitarle muchísimo las cosas.
Volvió a alzar el vuelo, alejándose de él e internándose en la espesura, donde pudiese hallar un cobijo mejor de las miradas indiscretas, mientras sondeaba el terreno en busca de más visitantes inesperados. Hubo suerte, por el momento, y su batir continuo la llevó hasta un lugar seguro donde pudo adoptar de nuevo su aspecto normal. Era molesto tener que pasearse por la isla como una mujer, pero no tenía la misma facilidad para recolectar siendo un pájaro, por no hablar de que sería una presa potencialmente jugosa para el ave-ilusión, el punto clave de la búsqueda. Para esta ocasión no llevaba sus habituales vestidos. A Morrigan no le gustaba tener que renunciar a su tacto, pero por nada del mundo consentiría que la seda de cualquiera de ellos se estropease irremediablemente entre tanta maleza; sino que su atuendo estaba compuesto por una falda pantalón negra y una camisa blanca, todo esto oculto por la capa azul que llevaba sobre sus hombros: un homenaje al tono de las plumas de la urraca. Ando con cautela, esquivando los árboles tropicales en dirección a la playa, mientras ideaba algún tipo de entrada triunfal y estratégica que no la delatase demasiado, ni que tampoco le granjease una muerte segura. No sabía quien era ni qué podría pasar, pero se arriesgaría si con ello sus pisadas se volvían después más seguras. Se decía que las plumas eran complicadas de conseguir. Apartó de un manotazo a un hada de su camino, que había empezado a volar a su alrededor como una mosca molesta, interrumpiendo sus pensamientos, y la tierra bajo sus pies se volvió arenosa al llegar a la linde, resguarándose detrás de una palmera. Allí estaba todavía el hombre, así que optó por la sencillez, algo raro en ella, y se acercó con seguridad y cautela.

Era interesante ver al oscuro pájaro hacerse con su comida, o al menos más interesante que estar vigilando constantemente la barca en la que habían llegado, el movimiento natural del follaje y las olas que producía el viento. Pronto terminó con la carcasa del crustáceo con el que se había alimentado, dejando caer los calcáreos pedazos restantes, haciendo un poco más de ruido al realizar sus pequeñas acrobacias antes de acabar en la arena sin más. El cuervo, o lo que fuese el ave, que más allá de gaviotas y albatros no era mucho lo que reconociese James de las especies, le miró directamente, lanzándole lo que sería su sonido característico, antes de saltar de la roca y balancearse sobre la arena, dando sucesivos saltos para acercarse un poco más hacia él.

Por cierto que le pareció un comportamiento simpático, por lo que levantó ligeramente su botellita en dirección hacia el espécimen, como si estuviese bromeando con él, y asintió con la cabeza en reconocimiento por la compañía o lo que fuese, antes de beber un sorbo más del ron que contenía. No creyó, sin embargo, que esos gestos lo hubieran espantado, pues el que alzase el vuelo pareció más bien haber sido una decisión propia, si es que eso tenía sentido de alguna manera proviniendo de un animal. Ya había pasado demasiado tiempo ahí, aparentemente, como para que adjudicase voluntades inteligentes incluso a los animales comunes y corrientes. O quizás era el ron, pero eso lo dudaba bastante, pues a estas alturas estaba tan acostumbrado al mismo que una porción tan pequeña jamás le afectaría lo suficiente como para que desvariase sin más.

Bueno, se había quedado sin compañía nuevamente, así que le dio un trago más a la botellita y la cerró, revisó por unos momentos la carcasa del cangrejo, que eso había sido la comida del ave, mientras guardaba el recipiente en su cinto, y se incorporó para volver a donde se encontraba la barca. Fue entonces cuando escuchó el movimiento en el follaje, poniéndolo inmediatamente en guardia y desenvainando su espada, tan solo para encontrarse con una mujer que salía de aquella jungla. Una que no recordaba haber visto antes y que, claramente, no era parte de aquella historia. -Buenas tardes, ¿te has perdido?- le preguntó, bajando un poco su espada y estudiando la figura de la aparecida. No estaba nada mal.

Se detuvo cuando el hombre la encaró a punta de espada, y dio un paso hacia atrás, más que por miedo, por hacer su papel de mujer intimidada. Aunque bajó el arma unos centímetros, seguía sosteniéndola en su mano lo cual le indicó que no terminaba de considerarla una persona de fiar. Chico listo, ella tampoco pensaba demostrar debilidad tan fácilmente, aunque su actitud bien podía ser meramente un acto reflejo. El poder verle de pie le reveló algunos detalles que había pasado por alto durante su primera inspección, como el hecho inequívoco de que era manco, al ver la terminación de uno de sus brazos en un afilado y brillante garfio. Interesante. De todos los motivos que podían haber degenerado en su pérdida, a Morrigan le gustaba pensar que se debía a que tal vez era ladrón y ese era su castigo por tomar las cosas ajenas, pero tampoco podía prejuzgar. Quien sabía si no se debía a un accidente o a una malformación de nacimiento.
También pudo ver que era alto, posiblemente le sacase una cabeza, y por descontado sus ropas no eran las de un caballero de la corte, algo oscuras y con rastros de salitre impregnados en ella. No quería emitir un juicio precipitado, pero parecía que la cosa estaba bastante clara, si no era un marino poco le faltaba. Además, el bote que permanecía encallado en la arena, tampoco dejaba muchas opciones.

-Perdido tal vez no sea la palabra correcta-Aseguró, dándole un puntapié a un alga oscura y enmarañada, para después agacharse y cogerla entre sus dedos, sacudiéndole la arena que se le había quedado apelmazada. Abrió un saco que llevaba en su cinto y la dejó caer al interior, observando con el ceño fruncido como adoptaba una posición extraña en el fondo, sobre una tela colocada para que extrajese la máxima humedad posible-Desorientada, tal vez-Se dio cuenta de que no tenía una buena excusa, en realidad sabía bien en donde se hallaba, aunque no tuviese una guía sólida sobre la que empezar a buscar. Sus ropas eliminaban la posibilidad de afirmar que había naufragado, pero esa no era su única salida al fin y al cabo. Había otras, aunque no mejores-Investigo las especies autóctonas-Siguió recogiendo otra, y así hasta contar tres, acortando con ello la distancia que los separaba pero sin eliminarla del todo. Esbozó una sonrisa inocente, mostrando sus blancos dientes, sin creerse su propia mentira, y cerró la bolsa tirando de la cuerda-Déjame adivinar-Señaló el bote de madera-¿Eres el barquero que lleva al otro lado?-Bromeó.

Off:

No era de extrañar que la mujer se parase prácticamente de golpe al notar el arma extendida en su dirección, llegando a retroceder incluso. Poco a poco James fue asumiendo que no parecía una amenaza, o que por lo menos no tenía ningún arma a la vista, terminando por envainar su espada. Después de todo, si llegaba a tener algo que no pudiese ver ahora, lo más probable era que una espada poco pudiese hacer contra lo que fuese que fuese a blandir en su contra. No le pasó por alto en su estudio de ella que por su parte también tomaba nota de su propia figura, sin extrañarle que sus ojos se viesen atraídos hacia el metálico garfio que se creía que le daba su apodo, al menos en aquel mundo. Era algo bastante común que fuese una de las primeras cosas que alguien pudiese notar en él, e incluso que apuntasen al mismo en algún intento de hacer conversación.

La vestimenta de la mujer parecía sencilla, pensada para posibles dificultades de terreno, lo cual rápidamente le quitó la idea de que se hubiese extraviado en aquel lugar, lo cual no implicaba realmente que tuviese una idea correcta de donde estaba. Algo así fue lo que le dio a entender con sus palabras, mientras se ponía a recoger objetos del suelo, de una apariencia parecida al cuero que identificó como algún tipo de alga. -Ya veo, aunque supongo que hablarás más bien de la flora. Después de todo, la fauna de esta isla es bastante... problemática para que te hayas aventurado por tu cuenta...- señaló, levantando una ceja y observándola bien. Le costaba creer que fuese tan inocente como aparentaba, pero al menos le hizo sonreír con el comentario que expresó. -Bueno, eso depende de un par de cosas, como qué lado es al que te refieres- indicó. Probablemente era una de las primeras veces, si no la primera, en que escuchaba una alusión al mundo real, o a algo conocido allá, como aquella.


OFF:
No hay problema alguno, la ropa perfecta y lo del bote dependía de la perspectiva, pero no molesta. :3

-¿Enserio?-Preguntó alzando una ceja con incredulidad. Podía referirse a muchísimas cosas con eso, desde los animales propiamente dichos, pasando por las sirenas hasta llegar a esos enanos endemoniados llamados niños perdidos-Parece un lugar bastante pacífico-Comentó dulcemente, como si no hubiese roto un plato en su vida. El papel de niña ingenua no le quedaba de calzar del todo bien, posiblemente porque de niña ya tenía bien poco, pero aún así Morrigan insistió en ello mirando hacia el cielo como si observase un bello tapiz sobre su cabeza-Independientemente de que el saludo oficial sea a punta de espada-Sonrió ladina, batiendo exageradamente sus pestañas oscuras al concentrarse de nuevo en el hombre del garfio. No negaría que la ausencia de su mano le daba un aspecto… Misterioso. Morrigan ató de nuevo a su cinto el pequeño saco que contenía las algas de su recolección, tachando mentalmente ese ingrediente de la lista de su cabeza. Omitió dar explicaciones sobre su solitaria estancia allí, a pesar de que creyó percibir una sutil indirecta en sus palabras, limitándose a girar su cabeza hacia el mar. El sol era un anillo de fuego que arrojaba su luz sobre la superficie cristalina del océano, cuyas olas rompían en espuma blanca al bañar la orilla-De momento me contento con este-Replicó, mirando la barcaza varada-Más adelante, quien sabe.

Habían pocas alternativas para un cuestionamiento como el que la mujer hacía al respecto de la peligrosidad, y todas tenían que ver con un desconocimiento del territorio donde se encontraba o con que simplemente lo fingía. El primer conjunto de casos era difícil de creer debido a que para llegar ahí tendría que haber viajado con alguien que supiera del pequeño archipiélago, que tendría que haberle dado indicaciones al respecto, o por lo menos algún guía antes de su partida tendría que haber tenido. Claro, lo más probable era que alguien que se dirigiese hacia Neverland fuese advertido sobre los piratas y su capitán más que sobre los críos perdidos, que aunque fuese difícil de creer representaban mucho más peligro con su irresponsabilidad y aquella manera que tenían de creer que todo era un juego. Y ella ni siquiera parecía realmente asustada de él.

-Me imagino que sabrás que las apariencias pueden engañar...- señaló, con una ligera sonrisa, estudiando las expresiones de la atractiva mujer. Quería ver qué podía llegar a adivinar a partir de tal estudio, aunque por lo pronto no era mucho, más allá que su inocencia no llegaba a ser muy profunda, ahondando la sospecha de que estaba presentando una actuación. Notó la mirada que le dirigía a su bote, sin necesidad de girar su rostro para asegurarse. -Entonces, ¿es posible saber qué te trae por aquí?- le preguntó.

-Naturalmente-Respondió obsequiándolo con una sonrisa amplia-Aunque creo que exageras un poco. Tengo la impresión de que tratas de intimidarme con eso-Agregó con picaresca, empezando a sospechar que su primera impresión no estaba muy errada… Un ladrón. Claro que en cualquier caso, sería uno de esos ladrones de mar. Piratas, de lo contrario no entendería la razón del bote, aunque estancarse en esa perspectiva sería muy pobre para su intelecto, pero tampoco iba a centrarse en todas y cada una de las posibilidades, que se alzaban como las ramas de un árbol viejo. Quién sabía, a fin de cuentas los hombres seguían siendo hombres, se dedicasen a una cosa o a otra. Se cruzó de brazos y alzó una ceja ante su insistencia. Ese individuo era bastante persistente, pero no de una forma que no pudiese hacerle frente. ¿Qué le importaba que ella estuviese allí? ¿Acaso se encontraba ante el legítimo dueño de la isla y no se había dado cuenta? No era más que un trozo de tierra rodeado de agua. La propiedad era efímera, y no se podía poseer aquello que no era capaz de someterse-Ya te lo he dicho-Replicó sin bajar de su burro. Y defendería esa afirmación hasta la saciedad si era necesario-Mi visita es por cuestiones intelectuales integramente, aunque admito que tanta vegetación exuberante ha logrado distraerme de mi objetivo principal-Hizo un mohín y lo miró a través de la tupida capa de pestañas-Me llamo Elspelth, ¿Y tu eres...?

Inocencia no era lo que expresaba aquella sonrisa que le había dirigido, para eso no había que ser un poco más que observador, considerando a lo que respondía con ella. -Simplemente me parece que deberías saber que estas islas están lejos de ser inofensivas. Por el contrario, me imagino que te habrán dicho lo peligrosas que pueden ser- pero o bien no lo habían hecho o ni siquiera hacía la relación con lo peligroso que podía ser enfrentarse a un pirata, que era bastante obvio que lo era, o al menos eso creía él.

A todas luces, no tenía la más mínima intención de explicar sus intenciones en la isla, lo cual claramente la hacía más sospechosa a los ojos de Hook, cuya naturaleza ya le hacía sospechar tanto que prácticamente ni se daba cuenta. Bien, si aquella era la manera en que quería poner las cosas, terminaría enterándose tarde o temprano. En el entretanto, la distracción era bien recibida. -Es un placer, Elspelth de las cuestiones intelectuales. Mi nombre es James- se presentó a tu vez, realizando una venia que bien podría haberse tomado como algo exagerada, sin perderla de vista.

-Superchería-Contestó la mujer, restándole importancia con una mano. Manifestaba también su opinión al respecto, pues no creía que un trocito de tierra rodeado de agua fuese particularmente peligroso. El paraiso tropical no tenía absolutamente nada que ver con el clima y los peligros ocultos de los pantanos, y aunque era probable que se encontrase con alguno en NuncaJamás, eso no la amedrentaba. Los indígenas no le provocaban la menor incomodidad, al contrario que los niños... Pero esos últimos eran eso, niños. ¿Cuán letales podían llegar a ser siendo poco mayores que un bebé de teta? Y bueno, tampoco tenía en alta estima a las sirenas, pero ellas eran un mal menor. ¿Piratería? Ese último pensamiento la hizo sonreír, pues para ser una mujer de mundo, estaba completamente convencida de que no había criaturas más supersticiosas que aquellos hombres que se paseaban sobre las cubiertas de los barcos-Pero en ese caso-Agregó ladeando la cabeza, empleando un tono más suave y comedido-Supongo que no tendréis problema alguno en escoltarme, si tantos peligros oculta este lugar, Señor James-Alzó una ceja negra-Sólo soy una pobre ignorante.

Supersticiones... Sí, como alguien que había hecho su vida como un pirata, conocía perfectamente lo que era eso, pero particularmente en aquellas tierras fantásticas, cualquier persona que tuviese una opinión de ese tipo tenía que saber que al menos gran parte de las cosas que en otro mundo pudiesen haber sido cuentos de viejas y habladurías, aquí no lo eran. Casi podría llegar a pensar que no pertenecía ahí, pero no llegaba a convencerse del todo. En cuanto a los peligros, eran bastante reales, entre la irresponsabilidad de los críos, la posible ira de un enjambre de hadas, el hambre de las sirenas y las declaraciones de guerra de los indios. Porque, a final de cuentas, ella no pertenecía ahí, así que cualquier cosa podía pasarle. -Sí, podría hacerlo... si me dijeses a dónde tengo que hacerlo, ¿no te parece?- señaló, desviando su mirada para observar el follaje. Las preparaciones para ir a distintas locaciones de la isla diferían enormemente. Finalmente, tendría que enterarse qué era lo que se proponía.

-Por favor... Eres tu el experto en la isla-Rió cantarina-No yo. Dejo en tus hábiles manos-Agregó intencionadamente, con aire inocuo, entrelazando los brazos detrás de su cintura y balanceando la cadera sensual. Morrigan alzó una ceja, expectante ante el hombre del garfio. No sería una mala compañía después del todo, aunque ella sabía que la belleza no siempre iba de la mano con la inteligencia. Mientras le fuese útil, tampoco iba a recrearse en buscar una conversación plena y satisfactoria-Mi seguridad en lo que respecta a los peligros de los que has hablado-Bufó, demostrando que no terminaba de creer ni una palabra. Comenzó a andar hacia él, acortando las distancias hasta quedar a unos centímetros escasos, permitiendo que sus ojos se cruzasen-Confío en que sepas guiarme por los sitios más interesantes. Quiero ver todos y cada uno de los recodos de este pequeño paraíso-Hizo especial énfasis, picara y arrogante.

No le quedaban dudas de que a la hora de hablar de conocimiento sobre la isla, el suyo superaría en mucho el de alguien que recién venía llegando, particularmente después de incontables ciclos en los que había tenido la oportunidad de recorrerla vez tras vez, pero no le hacía falta ser un genio para darse cuenta de que las palabras que ella le dirigía estaban pensadas para halagarlo y de cierta forma manipular por lo menos su atención en la dirección de lo que fuese que tuviese en mente. Para ello, por si necesitaba de mayor confirmación, estaba la postura física que adoptó, por más que tampoco pudiese negar el atractivo que demostraba de aquella manera. -Veo que ahora prefieres hacer una visita guiada...- comentó mientras mantenía su mirada en los ojos de la mujer que ciertamente tenían algo atrayente, aparte de la coquetería y sensualidad que demostraba. -Bien, será mi placer acompañarte- y como para sellarlo, puse mi hábil mano, la que me quedaba, en su cintura.

Morrigan sonrió, mostrando sus dientes blancos, cuando la mano del marino rozó su cintura, rodeándola. Bien, mientras más cerca mejor, ya lo decía el refrán. Aún no había decidido si era enemigo o aliado, pero poca importancia tenía para ella en ese momento. Si bien era peligroso adentrarse por las sendas de Nunca Jamás con un completo desconocido, también podía aplicarse lo mismo a él, pues la hechicera era igualmente una completa ajena. Todo se le antojaba tan divertido y exótico... Podía decirse que aparentemente estaban en igualdad de condiciones, o puede que ella tuviese las de perder por el simple hecho de ser una mujer que no iba armada. Ese garfio no tendría dificultad alguna a la hora de clavarse en su garganta, pero el peligro siempre tenía su lado atractivo.

-Decidme pues, ¿Cuál será el primer lugar con el que decidirás ilustrarme?-Preguntó risueña-No deseo perderme detalles. Las investigaciones son mi vida, por así decirlo-Agregó, jocosa-¿Es cierto que hay sirenas?-Hizo lo mismo con su mano, rozando la tela de su atuendo hasta llegar al extremo opuesto de su cintura, como si fuesen antiguos conocidos que se reencontrasen después de un gran lapso de tiempo. Juntó su hombro contra el suyo, y ladeó el rostro para regalarle una mueca torcida y pícara-¿Son tan fieras como se dice?-Las sirenas poco le importaban, pero como atracción, eran una excusa tan válida como cualquier otra. A fin de cuentas ella era una mujer de tierra firme.

Lejos de mostrarse tímida o temerosa por la acción del pirata, por aquel acercamiento tan directo, la mujer aceptó el gesto con una sonrisa abierta que dejaba en claro que no le molestaba, o al menos era lo que hacía parecer con su reacción inicial, quizás mejor dicho su falta de una. La cercanía también servía para realizar una mejor inspección de ella y de lo que pudiese esconder, físicamente hablando. No era que pareciese particularmente agresiva, y estaba casi seguro de que no iba armada, pero ahora estaba más confirmado, además de que por supuesto no estaba nada mal el tener una mujer tan atractiva a tan solo unos centímetros de sí.

-El primer lugar... Supongo que habrás escuchado alguna vez aquel adagio que reza que más importante que el destino es el camino que se hace en su dirección- comentó, dejando un halo de misterio al respecto que daba lo mismo porque finalmente se trataba de que no tenía una idea clara de a donde llevarla primero o si la llevaría a algún lado. Tocaría improvisar, aunque la pregunta que realizó ella a continuación al menos le dio una pista de lo que podría querer ver para empezar. -Sí que hay sirenas, y depende de lo que hayas oído, pero son bastante fieras. Si te acercas lo suficiente a ellas, lo menos que obtendrás será un mordisco y un pedazo menos de carne- comentó, notando la mano de la mujer en su cintura, hablando casi en un susurro, su rostro cercano al de ella.

Off:

-Una suerte que no crea en el destino. Si lo hiciese…-Suspiró, batiéndo las pestañas como si fuesen alas de mariposa. Le gustaba exagerar todos y cada uno de sus gestos, para así dar mas dramatismo a sus acciones y palabras-…No estaría aquí-No, claro que no. Estaría muerta, obviamente. Pensar que como nigromante, vencía a su propio destino la llenaba de un gozo y satisfacción enormes, como si fuese muy poderosa y astuta. Al menos, ese era el concepto que Morrigan tenía sobre sí misma. Se encogió de hombros, ya que no recordaba haber escuchado semejante frase-Sólo aquellos que no son capaces de afrontar las adversidades e imponerse a ellas son los que creen en la fatalidad de sus propias vidas. El destino no existe-Agregó, risueña. Ella jamás iba a rendirse, no cuando ahora tenía medios para imponerse a los que tratasen de eliminarla. O de eso se convencía-Ni el camino no lo traza una fuerza invisible hacia él-Se preguntó el porqué daba pie a iniciar una de esas charlas existenciales tan molestas-Sino una mezcla entretejida que funde azar con las decisiones que se toman-Se apretó un poco más, ladeándo la cabeza para sonreír abiertamente. Desde luego, no había pensado que pudiese oír semejante frase de los labios de aquel hombre, aunque sería estúpido creer lo contrario, ya que a los marinos se les atribuía una esencia supersticiosa y fatalista por naturaleza- Me gustan las apuestas arriesgadas. Todo peligro entraña siempre la emoción intrínseca en el. También se dice que son terriblemente hermosas, y me sentiría muy decepcionada de haber llegado tan lejos para perderme la legendaria belleza de esos seres-Comentó, mordiéndose el labio inferior, muy coqueta. En realidad era porque sospechaba que el nido del Ave Ilusión no andaba muy lejos de la laguna- Una suerte que estés aquí para protegerme de su hambre voraz, ¿Verdad?

Los gestos de la mujer le parecían algo exagerados, quizás incluso hasta llegar al dramatismo, pero al menos sobre un rostro como el suyo no llegaban a ser molestos, sino que por el contrario podían llegar incluso a ser armoniosos por lo estudiados y exactos que el control que les imprimía lograba en ellos. -Pues hay teorías para todo, supongo. Así como está la de que el destino es un invento de los perezosos para no tener que pensar ni planear cómo pasar su vida, también está lo de que al destino no le importa si crees o no en él como para poder hacer de las suyas. Personalmente me da igual lo uno o lo otro. Si es que efectivamente existe, seguro que me las arreglaré para darle un buen par de guantazos cuando quiera controlarme, y si no existe, bien que me acomoda poder hacer lo que quiera- señaló, aunque bien sabía que en aquel mundo, si bien no existía exactamente un destino claramente marcado, sí existía quien marcaba buena parte del paso de lo que ahí ocurría, lo que le hacía sonreír con cada desviación que no tuviera que ver con su particular misión sobre él. Era quizás una conversación filosófica y existencialista la que llevaban entre ambos, pero era bastante liviana debido a aquella cercanía que compartían y a la coquetería que desplegaban. -Efectivamente, tienen una belleza que es justamente afamada, por lo que tendría que preguntarte si es que no eres una representante de incógnito- le dijo, guiñándole un ojo, atraído por su manera de morderse el labio. -Como sea, efectivamente tienes suerte de que esté aquí- susurró, acercando su rostro al de ella.

Morrigan parpadeó, pero su expresión fue comedida y precavida de no dejarse llevar, ya que los halagos eran aquello que despertaba la ebriedad de su ego, ansioso por recibir más y más. Nunca tenía suficiente, tal vez fuese una debilidad propia de su cuerpo humano, o de la simple sensación de poder que entrañaban en ella los elogios. Tampoco tenía por qué demostrar lo que pensaba al respecto, ya que de por sí, ella se consideraba hermosa, y se esforzaba día a día por estar más resplandeciente aún.

-Exageras, por supuesto-Echó mano de una falsa modestia que jamás había sentido, pues esa palabra ni siquiera existía en su vocabulario, sin embargo, no mantuvo la cabeza gacha por mucho rato. La sumisión no iba con ella, y tampoco la vergüenza. Sostuvo su mirada con descaro mientras este le guiñaba un ojo, y curvó sus comisuras hacia arriba.

Le gustaba ese tipo, al menos no estaba ciego y de paso no resultaba desagradable a su vista, sino todo lo contrario. Incluso su mano amputada tenía algo de atrayente, una incógnita en el mejor de los sentidos, no sólo por su forma curvilínea y su afilada terminación. El peligro siempre resultaba atractivo y magnético. Claro que no le hacía gracia que la comparasen con un pez, aunque fuese sólo para ensalzar las virtudes de su rostro.

-Soy afortunada-Dijo estrechando aún más las distancias, si es que acaso se podía, pestañeando risueña-Pareces un experto en esas criaturas, ¿De veras las has contemplado de cerca? Debes ser muy valiente si te has acercado tanto-Agregó, con un cumplido vano e insuficiente, empleando un tono que dejaba entrever un deje de socarronería.

Por mucho que la mujer no demostrase demasiado en sus gestos faciales, James conocía suficiente de su género como para reconocer el agrado que producía en ella detalles como los comentarios que hacía en cuanto a su belleza. Era una característica que compartía incluso con muchas que decían que no les importaban cosas como aquella, estando incrustada dentro de lo más profundo de sus personalidades. Sí, era cierto que existía un muy pequeño porcentaje en quienes era verdad que los elogios no funcionaban, pero le quedaba claro al menos que no se encontraba frente a uno de esos extraños casos.

-No creo que se pueda exagerar en una situación así con una mujer como tú- indicó, respondiendo a aquella negación en la manera en que estaba seguro que ella lo querría, con una reafirmación de lo que ya le había dicho. No le costaba nada al pirata hacerlo, más si es que con ello se aseguraba de la mirada que podía encontrar en su rostro, una de cierto orgullo incluso al ir recibiendo aquellos halagos.

-Pues supongo que podría decir que soy todo lo experto que se puede llegar a ser sin terminar en sus estómagos. Pero he tenido mi cantidad de encuentros- especialmente si se tomaba en cuenta los ciclos repetitivos en los que había conocido a prácticamente todas las sirenas. Sabía cada uno de sus nombres, sus trucos y vanidades, pero eso no necesitaba saberlo ella. -La valentía de acercarse... pues a veces vale la pena una contemplación de cerca, ¿no crees?- le dijo, acercando aún más su rostro.

-¿Y como dirías que es esta situación?-Pasó la mano por su melena, desenredando los nudos con los dedos, hasta que los bucles oscuros se formaron en la punta, en un gesto plagado de coquetería. Aspiró el aire paradisiaco, que se entremezclaba con la fragancia natural de su acompañante hasta fundirse en uno sólo, y alzó ligeramente los hombros, ladeando el rostro-¿Enserio? Eso es bastante interesante, James-Movió descaradamente la mano para rozar con el dedo la línea invisible que se dibujaba bajo la gabardina oscura con restos de salitre. Era consciente de la cercania, y sonrió de forma enigmática-Aunque debo discrepar en ese último punto. Mirar sólo supone el preludio del sufrimiento, cuando acercarse demasiado significa el fin, y permanecer a prudente distancia es incapaz de saciar la curiosidad-Se golpeó el mentón con el dedo índice. Soltó una leve carcajada por lo bajo, entrecerrando los ojos. Notaba la molesta de la arena que se colaba dentro de sus botas, pero no iba a pararse a quitarla. Una mujer de mundo, como se suponía que era, no se entretendría en semejantes nimiedades-¿No estás de acuerdo?

Claramente la mujer estaba muy consciente de los pensamientos y consideraciones que el pirata podía estar teniendo sobre la situación, pues no era ni ciega ni insensible como para no notar aquella cercanía que se cerraba entre los dos, lo cual dejaba ver que simplemente quería obtener más palabras, a juzgar por las que ella misma pronunciaba, o mantener la poca separación existente hasta donde y cuando le fuera posible. De no haber sido por el gesto de su mano, que venía a resultar dentro de todo una señal mezclada, ya podría haber asumido su falta de interés al respecto. Por ahora, vería qué tanto más se resistía o le daba vueltas al asunto. -Diría que se trata de una ocasión en la que tengo la oportunidad de inundar mis sentidos en una hermosa mujer- le respondió sin la más mínima señal de vergüenza pues, de una manera u otra, eso parecía estar fuera de cuestión en el ir y venir que ambos imponían. -En cuanto a tu apreciación, a mí me parece más bien que no se sabe si es que la observación va a resultar en algo positivo o negativo hasta que que se decide tomar acción al respecto- y para respaldar su opinión, se inclinó para besarla.

Batió las pestañas repetidas veces, demostrando lo complacida que se hallaba ante tales palabras. No obstante compuso una mueca de falsa modestia, recreándose en cada una de las sílabas que habían salido de la boca del hombre. Lo malo era que cada vez quería más y más, pues la vanidad era el peor de sus defectos, entre otros.

Morrigan volvió a morderse el labio, provocadora y arrogante, cuando la cercanía, ya de por sí escasa, empezó a acortarse aún más. Vaya, nuestro amigo marinero era muy atrevido, sin duda, aunque también imprudente… O simplemente se creía en una postura dominante por el mero hecho de ser hombre. Eso despertaba su afán controlador. La bruja no hizo amago de apartarse, como si semejante gesto la hubiese cogido por sorpresa, y permitió unos instantes de lento deleite para después reaccionar de manera brusca e imprevisible, empujando a James como si el contacto le hubiese producido un calambre. Puro teatro, obvio.

-¿Cómo te atreves? ¡Soy una señorita!-Espetó airada, fingiendo sentirse ofendida en su pequeño juegecito. Estuvo tentada de darle una bofetada, sólo para darle mayor dramatismo, pero teniendo en cuenta su complexión fibrada y su estatura lo consideró contraproducente. Acto seguido y sin dejar demasiado tiempo de por medio, agarró con sus dedos las solapas de su gabardina, tirando de las mismas para volver a acercarlo hasta ella, clavando sus ojos en los azules de él. Buscó de nuevo el roce de sus labios con violencia, dejando que su aliento se entremezclase en un arrebato pasional.

Off:

Leer expresiones no solía ser tan sencillo como cuando la persona sobre quien la lectura debía hacerse no se molestaba en ocultar lo que pasaba por su cabeza, o al menos se ocupaba de mostrar de manera abierta algo en particular, como en aquel caso en el que James no veía razón para dudar de la sinceridad de los gestos de la mujer al hacer ver que le agradaban las palabras que le había dirigido, a pesar de querer esconderse luego detrás de algo que podría hacerla parecer inocente de esta observación.

Sin embargo, cualquier tipo de subterfugio en aquella dirección no podía durar mucho cuando reaccionaba, por ejemplo, mordiéndose el labio, provocándole de aquella manera a hacer lo que de todas maneras le apetecía. Y claro, el que no reaccionase de manera esquiva en un principio podía atribuírsele a mucho más que a la sorpresa del beso, especialmente porque no era como si el intercambio anterior no hubiese dado señales claras que pudiesen haberle dado a entender que algo así ocurriría. Quizás fue por eso que el pirata no compró del todo la actitud ofendida de ella, alzando una ceja al escucharla, aunque sí se sorprendió ligeramente cuando fue ella quien le besó de inmediato. No se hizo de rogar, sin embargo, correspondiéndole en la pasión y pegándola fuertemente a él.

No se resistió cuando el marino la atrajo hacia así, y ella  liberó una mano para deslizarla por su nuca, acariciando el cabello oscuro y hundiendo sus dedos por él. No iba a negarlo, el hombre tenía bastante atractivo y era bien parecido a pesar de que le faltaba una mano, lo cual Morrigan había decidido que lo convertía en un ejemplar más interesante aún. Esperaba que esa carencia le hiciese ser más diestro aún con la que le quedaba. Sin duda era un tipo peligroso… Mejor aún, pues le gustaba jugar con fuego. Respirando entrecortadamente saboreaba su boca, entregándose a la diversión de saber estar haciendo algo inadecuado, pero a fin de cuentas era mayorcita para darle explicaciones a nadie. Hizo presión para pegar su rostro contra el suyo, sin apartar sus labios que parecían querer devorar los de su oponente, dejando escapar eventuales mordiscos contra el inferior. Estrujó sus senos contra su pecho, y movió su pierna derecha hacia delante, enroscándola en torno a su izquierda para evitar que escapase de ella, si es que tenía intenciones de hacerlo, mientras aprovechaba así para quedar más juntos.