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Nothing burns like the cold ... {Privado Hans}
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Nothing burns like the cold ... {Privado Hans}
Lugar: Castillos
Invierno blanco y eterno, que como el manto del viejo escarcha, cae dejando su huella. A Maléfica no le gustaba ese color, pues le recordaba a la pureza más prístina e inocente, algo que ella no poseía. Había belleza y fragilidad en el invierno, si, sin embargo también peligro. Pero evidentemente, ese clima no era algo natural. La magia se palpaba en el ambiente, en cada copo que caía para unirse a sus hermanos, distintos pero iguales...
Su aliento dibujaba nubes de vapor sobre el cristal opacado por su respiración, observando indiferente el panorama que despertaba el miedo en aquel insignificante pueblo. La persona que había lanzado aquella maldición sobre Arendelle era una completa chapucera, desde luego, la propia Maléfica podía deshacerla con tan sólo un chasquido de sus dedos, derritiendo la prisión de hielo que sumía el reino en la desesperación... Sin embargo no lo haría, no tenía motivos para ello. Ningún tipo de emociones se reflejaban en su rostro tras mirarse fugazmente en la superficie pulida y dar media vuelta. El calor en la sala era tenue, tibio y distante, perteneciente a los agonizantes rescoldos que a duras penas prendían la madera, como un demonio de fuego que necesita alimento para que su corazón siguiera palpitando. Agitando su mano las llamas se avivaron, elevándose por la chimenea y aumentando el calor de la estancia.
Todo conservaba un pulcro orden, incluso ella, que era una intrusa, no desentonaba demasiado a pesar de su cornamenta. Su mirada viajó desde las estanterías, repletas de libros ordenados por orden alfabético, materia y color, pasando por la refinada cómoda donde reposaban una polvera y un candelabro... y sobre esta, un cuadro que reflejaba al anterior monarca, Agthar, con la corona que mostraba su responsabilidad, el centro de su poder y el orbe de su sabiduría. Lástima que nunca había dejado de ser un necio. Maléfica se sentó indolente sobre un sillón, con porte regio mientras sus largos dedos se entornaban sobre la piedra iridiscente de su bastón. Las llamas perfilaban su rostro anguloso, reflejándose en sus ojos que sin interés observaban la estancia.
¿Por qué estaba allí? Buena pregunta. Buscaba a su siervo, Diaval, y las escasas pistas señalaban a Arendelle. Ese pájaro estúpido... ¿Dónde se metía cuando lo necesitaba? Tanto tiempo prisionera ... Necesitaba saber que se había perdido. Arendelle no era el mejor lugar para empezar, pero estaba sola y necesitaba aliados. También había recuerdos propios en esas paredes, pero el dolor que le producían se había acallado hace tiempo.
El pomo de la puerta se giró, deslizando la hoja hacia dentro, dejando entrar una figura alta y perfilada. Vaya... No esperaba verle allí, ¿O tal vez si? La última vez que lo vio fue en ese mismo palacio, solo que en vez de un apuesto joven era un mocoso repelente y de rodillas raspadas.
-Cuan maravilloso es volver a veros-Susurró irónica, curvando sus labios en una sonrisa sardonica-Príncipe Hans.
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Maléfica
Bruja de la Montaña Prohibida
Re: Nothing burns like the cold ... {Privado Hans}
Los ojos del príncipe permanecieron fijos en la oscura figura, que sobre su sillón se encontraba sentada. Aún tenía el pomo de la puerta tomado por su diestra, asomando apenas medio cuerpo pues en el momento en que se percató de su presencia se detuvo al instante. No recordaba de quién podía tratarse aquella mujer, pero su presencia se le antojaba amenazadora, demasiado peligrosa. Quizás solo fuera una lunática disfrazada que pretendía inculcarle el temor a una maldición, o alguna especie de trampa preparada por "sus consejeros" ¿Como debía actuar? ¿Que se esperaba del futuro heroe y monarca de Arendelle? Sus ojos recorrieron la estancia, buscando cualquier mínimo cambio en el mobiliario, cualquier pista que le hiciera apreciar la presencia de alguien escondido entre las sombras preparado para realizar alguna emboscada. Pero no vio nada que le hiciera plantearse tal posibilidad, el dormitorio estaba completamente vacío salvo por la presencia enigmática de la mujer. Terminó de adentrarse en la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Debía escoger bien sus pasos y sus palabras, pues no podía llegar a imaginarse los motivos de que se encontrara en aquel lugar.
- ¿Quién sois y que hacéis en mi despacho? - Le preguntó desviando la vista a un mueble cercano, contra el cual descansaba su espada. No había visto la necesidad de ir portándola de un sito a otro dentro del palacio, pues la guardia ya se encargaba de su propia seguridad. - Y mejor será que tengáis una buena escusa, o haré llamar a la guardia. - El peor momento para sentirse indefenso y desarmado, a partir de esa noche no se permitiría el lujo de relajarse.
- ¿Quién sois y que hacéis en mi despacho? - Le preguntó desviando la vista a un mueble cercano, contra el cual descansaba su espada. No había visto la necesidad de ir portándola de un sito a otro dentro del palacio, pues la guardia ya se encargaba de su propia seguridad. - Y mejor será que tengáis una buena escusa, o haré llamar a la guardia. - El peor momento para sentirse indefenso y desarmado, a partir de esa noche no se permitiría el lujo de relajarse.
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Hans C. Andersen
Príncipe de Southern Isles
Re: Nothing burns like the cold ... {Privado Hans}
-Esa no es forma de recibir a una invitada-Lo reprendió como si se dirigiese a un niño pequeño desobediente.
Esa reacción solía ser bastante habitual en la gente cada vez que la ilustre emperatriz del mal decidía hacer acto de presencia. ¡Ah! Pero que previsibles eran los humanos. Maléfica sonrió ampliamente, mostrando su blanca dentadura en contraste con sus labios, rojos como el carmín, rebosantes de sensualidad en una mueca que incitaba al peligro. Su posición defensiva le hacía recordar el rostro de Stefan, cuando ella apareció en mitad de su salón, durante el bautizo de su pequeña Aurora. Muchos dirían que lo hizo por celos, sin embargo pocos eran capaces de adivinar el complejo y verdadero significado de su maldición. Un beso de amor verdadero a los dieciséis años era lo único que podría salvar a la princesa... El mismo gesto engañoso con el que el Rey de Grim le había jurado amor eterno. Maléfica apartó tales pensamientos de su mente con una mano y volvió a mirar al altivo príncipe de las Islas del Sur. Era un hombre joven y bien parecido, sin duda poseía el porte que cualquiera esperaría de un rey, sin embargo no parecía ser más listo que los demás.
-Sois muy... Descortés-Agregó, acariciando la piedra brillante en la que culminaba su báculo-Sin embargo hoy me siento generosa y no os lo tendré en cuenta-Volvió a regalarle aquel gesto tan amenazador, entrecerrando los ojos y batiendo sus pestañas negras como la noche.
Con garbo y elegancia, la hechicera se incorporó del asiento para poder mirar al príncipe desde una posición igualitaria, muy a pesar de que Maléfica sabía que el no era rival para su persona.
-No necesito excusas para haceros una visita, cuando es más que evidente que tenéis problemas que no sois capaces de resolver por vos mismo. El valeroso héroe que se halla en apuros, incapaz de salvar a su princesa ni al reino entero con su querida espada. Decidme, ¿Habéis acabado ya con la malvada bruja?-Se rió de su propio chiste, el cual parecía encontrar muy divertido por alguna razón-En el fondo no habéis cambiado, seguís siendo el mismo mocoso malcriado-Prosiguió, soltando un hondo suspiro-Igual de arrogante que vuestro padre, pero demasiado insignificante para hacer sombra a vuestros hermanos mayores-Lo miró largamente-¿Quién pondría sus miras en un reino que ha sido sometido a un invierno eterno? De seguro sereís el hazmereir. Sin una princesa a la que desposar, sin tierras que gobernar, y sin una corona sobre vuestra cabeza.
Esa reacción solía ser bastante habitual en la gente cada vez que la ilustre emperatriz del mal decidía hacer acto de presencia. ¡Ah! Pero que previsibles eran los humanos. Maléfica sonrió ampliamente, mostrando su blanca dentadura en contraste con sus labios, rojos como el carmín, rebosantes de sensualidad en una mueca que incitaba al peligro. Su posición defensiva le hacía recordar el rostro de Stefan, cuando ella apareció en mitad de su salón, durante el bautizo de su pequeña Aurora. Muchos dirían que lo hizo por celos, sin embargo pocos eran capaces de adivinar el complejo y verdadero significado de su maldición. Un beso de amor verdadero a los dieciséis años era lo único que podría salvar a la princesa... El mismo gesto engañoso con el que el Rey de Grim le había jurado amor eterno. Maléfica apartó tales pensamientos de su mente con una mano y volvió a mirar al altivo príncipe de las Islas del Sur. Era un hombre joven y bien parecido, sin duda poseía el porte que cualquiera esperaría de un rey, sin embargo no parecía ser más listo que los demás.
-Sois muy... Descortés-Agregó, acariciando la piedra brillante en la que culminaba su báculo-Sin embargo hoy me siento generosa y no os lo tendré en cuenta-Volvió a regalarle aquel gesto tan amenazador, entrecerrando los ojos y batiendo sus pestañas negras como la noche.
Con garbo y elegancia, la hechicera se incorporó del asiento para poder mirar al príncipe desde una posición igualitaria, muy a pesar de que Maléfica sabía que el no era rival para su persona.
-No necesito excusas para haceros una visita, cuando es más que evidente que tenéis problemas que no sois capaces de resolver por vos mismo. El valeroso héroe que se halla en apuros, incapaz de salvar a su princesa ni al reino entero con su querida espada. Decidme, ¿Habéis acabado ya con la malvada bruja?-Se rió de su propio chiste, el cual parecía encontrar muy divertido por alguna razón-En el fondo no habéis cambiado, seguís siendo el mismo mocoso malcriado-Prosiguió, soltando un hondo suspiro-Igual de arrogante que vuestro padre, pero demasiado insignificante para hacer sombra a vuestros hermanos mayores-Lo miró largamente-¿Quién pondría sus miras en un reino que ha sido sometido a un invierno eterno? De seguro sereís el hazmereir. Sin una princesa a la que desposar, sin tierras que gobernar, y sin una corona sobre vuestra cabeza.
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