Un paso a la vez, que te puedes caer {Roberts}

Los pasos de Ariel eran algo tímidos y ciertamente vacilantes. Se sentía tan frágil en ese cuerpo humano, delicada cual muñeca de cristal. Muy distinto a lo que había esperado alguna vez. Por supuesto, para ella era comprensible. Hasta hace un par de días tenía una cola, no piernas. Los humanos aprendían a caminar en meses, ella se mantenía en pie y ligeramente derecha con tan solo esas horas de práctica. ¡Todo un logro!

Por desgracia, la mujer que iba frente a ella no era exactamente paciente y definitivamente no tenía idea de que la pelirroja era medio sirena. Después de todo, desde que ese hombre la encontró en la arena y luego terminó en casa de los Moore, no había siquiera intentado transformarse y era muy cuidadosa en no mostrarse muy perdida en su nuevo hogar. Pero de que estaba perdida, lo estaba. Más ahora, entre la gente, viendo sus compras o como abordaban diversos barcos. Nada de eso se parecía a Atlántica…

–¡Apresura el paso niña!

Ariel arrugó el ceño, intentando contener la rabia. Como detestaba que le dijesen que hacer, sobretodo esa humana obesa y cascarrabias. ¡Ella era una sirena! Libre, con sus propias reglas. Pero, ¿Qué otra cosa podía hacer? Allí no era una sirena, mucho menos la princesa de Atlántica. Allí solo era Ari, la pobre muda sin familia ni hogar. La pobre pelirroja que además tiene mal equilibrio. Penoso, porque ella era una de las sirenas más rápidas y hábiles del océano, (cómo creen que escapaba de la vigilancia de Tritón y Sebastián?).

Continuó su camino, siguiendo a la mujer, aunque con deseos de escapar y salir a dar una vuelta por ahí. Seguro podía volver sola a casa.

La tormenta había sido bastante fiera, lo suficiente como para haber hallado la necesidad de hacer puerto tan poco tiempo después de haber zarpado. Se habían perdido algunas provisiones en alta mar e igualmente un par de personas, incluido en ese número aquel problemático hombre que se había subido al Revenge, que por todo lo que sabíamos se había llevado consigo a Joey al perderse en alta mar. El cómo era un misterio, y todo lo que habíamos podido sacar en limpio era que de alguna manera se había hecho con el control de la situación, había hecho que el pirata le liberase y había cerrado el acceso al calabozo antes de abrir un boquete por el cual había huido, y que había hecho algo de agua en la embarcación, por lo que ahora era una de las cosas que había que reparar antes de que volviese a ser un problema. Realmente habría sido mejor deshacerse del tipo aquel lo más pronto posible, por lo que de cierta manera al menos quedaba el consuelo de que no volvería a ser una molestia, ya que difícilmente habría sobrevivido al alta mar.

Después de atracar se empezaron a hacer los preparativos para buscar tablas apropiadas para hacer las reparaciones necesarias, además de empezar a abastecernos de lo que habíamos perdido. Por mi parte, bajé igualmente a tierra porque ahora que las cosas se habían calmado venían nuevamente a mi mente imágenes sin sentido, cosas que seguramente me había metido aquel hombre de alguna manera, con algún tipo de brujería, y necesitaba despejarme ya que éstas me provocaban un agudo dolor de cabeza.

Caminaba tratando de volcar mi atención en cualquier cosa cuando, al pasar por una calle, algo capturó mi vista, hasta el punto de volver sobre mis pasos para fijarme mejor. Y se trataba de una chica, dueña de una roja cabellera, que por alguna razón me resultaba magnética.

El que me hubiera detenido a mirar a la chica no quería decir que realmente supiera de quién se trataba ni mucho menos, como podía atestiguar para mí mismo, pero tampoco se trataba de una de aquellas miradas en las que podría recorrer la figura de alguna mujer de buen cuerpo tan solo para deleitarme con el "panorama". Por cierto, eso tampoco significaba que no encontrase a la pelirroja físicamente atractiva ni nada parecido, mucho menos en aquel atuendo que realzaba sus curvas y los zapatos que la hacían tomar una postura elegante, sino que la razón por la que insistía en dirigir mis ojos hacia ella era... diferente. ¿Diferente cómo? Ahí estaba el punto, que no lo sabía y no alcanzaba a entenderlo, no por falta de intentarlo, ya que mi mente trabajaba a toda máquina para tratar de ponerla en algún contexto, en alguna escena donde hubiésemos actuado juntos... y todo aquello sin ningún fruto más allá de un incipiente dolor de cabeza que amenazaba con crecer si seguía esforzándome en aquella dirección.

Estaba a punto de decidir dejar de mirarla cuando los ojos de la chica se encontraron con los míos completando un poco más esa sensación de conocimiento que me había asaltado. Nuestras miradas se mantuvieron fijas la una en la otra como si no fuera el único involucrado en ese "reconocimiento", incluso mientras ella seguía moviéndose por la calle, de manera que no se dio cuenta de lo que tenía por delante y estuvo a punto de caer, lo que provocó a manera de respuesta por mi parte que me adelantase a largos pasos hacia ella para ayudarla, aunque en realidad ni siquiera había llegado a caer.

-¿Estás bien?- le pregunté, a apenas unos metros de ella, encontrándome con su encantadora sonrisa, cuya razón en particular no alcancé a entender.

Ariel se sintió sorprendida cuando el extraño se le acercó, preguntando además si se encontraba bien. Y sí, ella se encontraba perfectamente bien. ¡De maravillas! Era libre, después de unos largos días en ese mundo nuevo que ella ansiaba conocer, al fin era total e ingenuamente libre.

Así que le sonrió de nuevo, intentando demostrar que estaba mucho mejor que bien, mientras asentía de forma enérgica. La chica había aprendido que su expresión facial era una buena manera de comunicarse con su entorno, además de hacer alguno que otro gesto con las manos, llegado el caso. Bueno, en realidad muy a menudo. Y también que de dama no tenía nada, y eso que tenía sangre noble en las venas (por los dos lados de la familia de hecho). Más actuaba como una sencilla muchacha de pueblo. Y las chicas de… –“¡deja de desvariar mujer y míralo!” –¿Ah? ¿A quién? –“¡Al hombre pues! ¿No te parece familiar?”

La sirenita hizo caso a la voz de su cabeza, porque la voz enojada daba algo de miedo, y miró al desconocido de pies a cabeza. Sí, le resultaba familiar, pero había algo… algo que no le permitía recordar de donde podía haberlo visto. ¿Tal vez en el barco del príncipe? Ciertamente el extraño tenía las pintas de un hombre de mar, además olía a uno. Pero algo le decía que no era de ahí. Y esos ojos…

Ariel estaba sumamente concentrada en intentar asociar esa mirada con alguno de sus recuerdos, incluso los infantiles. Hubiese de seguido así de concentrada, acortando distancias un pasito a la vez, de no ser por el grito que vino de sus espaldas: la mujer ya había notado su ausencia y la estaba llamando. La sirenita se sintió angustiada al instante. No quería seguir con ella al menos por unas horas, ¿tan difícil era eso? Mermaid, ayudame.

Buscó con la mirada algún sitio donde ocultarse, pero no encontró nada. Era su primera vez en el puerto, después de todo. Así que, como se estaba haciendo costumbre, buscó ayuda en el extraño de turno. Se acercó a él lo más que pudo, modulando un “ayuda” con los labios. Y... Ojala funcionase.

No había que ser un experto en expresiones faciales para darme cuenta de la sorpresa de la chica debido a mi acercamiento. El Revenge no había enarbolado la bandera pirata desde que habíamos zarpado la última vez, ya que no habíamos tenido la oportunidad de dedicarnos a lo nuestro, y por ello tampoco la habíamos tenido ondeando cuando habíamos atracado, así que por ese lado al menos no creía que viniera la sorpresa o algún juicio de su parte.

Sin embargo, aquella expresión terminó por desaparecer para ser reemplazada por una nueva sonrisa, llevándome a pensar en lo expresiva que era con sus gestos, además de en lo bonita que era su manera de sonreír, aunque no me pasó por alto que no me respondía verbalmente. Quizás era algo tímida o algo así, aunque su manera de expresarse no apuntaba tanto en esa dirección. Cada momento que pasaba en su vecindad traía algo más de misterio a su figura, y la sensación de que la conocía de algún lado se intensificaba, por más que de manera alguna pudiese dilucidar dónde era que la había visto antes.

Por otra parte, parecía ser que esa sensación no era algo que se limitaba a mí, a juzgar por la manera en que pasó a mirarme, incluso antes de que hiciera la pregunta que tenía metida en la cabeza. Podía ver la curiosidad en su mirada, pero tampoco había algo que mostrase reconocimiento por su parte. ¿Qué era todo aquello, de qué se trataba? ¿Quizás tendría algo que ver con el efecto de la manzana de aquel prisionero? Cada vez que lo pensaba, estaba más convencido de que se había tratado de algún brujo que había querido jugar con mi cabeza por alguna razón que no alcanzaba a comprender.

La concentración de la chica se rompió de repente junto con el surgimiento de una voz femenina llamando a alguien, que la sobresaltó de manera visible, desembocando en una petición de ayuda que entendió a pesar de haberla hecho en silencio, tan solo moviendo sus labios. No necesité de más que eso para tomarla de la mano y empezar a llevarla con cierta prisa entre los callejones de la ciudad portuaria, cortando aquí y allá y solamente teniendo cuidado de que no tropezase entre los adoquines hasta llegar a un callejón donde sabía que estarían a salvo. -¿Quién te sigue?- le pregunté entonces, con el ceño fruncido.

La sirenita se sintió sorprendida al sentir la mano del extraño rodear la suya. No se esperaba una reacción tan rápida, o acaso no esperaba siquiera una reacción. ¿Quién hace caso de una chica muda sin sospechar algo? Tal vez que estaba robando o algo así. Por supuesto Ariel no era una ladrona, tomaba cosas prestadas, y solo si no tenían dueño legitimo.

Por muy rápido que fueran, los pasos de Ariel se mantuvieron firmes y sus pies en la tierra como se debe. Tenía un muy buen guía. Lástima que la chica no lograse siquiera grabar en su cabeza la mitad del camino. ¿Ahora como volvía donde la mujer?
Una vez en el callejón se apoyó unos momentos en una de sus paredes, jadeando en silencio. Vaya carrera. Era la primera vez que iba tan rápido en ese mundo. Siempre iba tan despacio…

¿Quién te sigue? ¿Por qué alguien querría seguirla a ella? No tenía nada que ofrecer. Literalmente. Debía estar confundido. Ariel arrugó un poco el ceño. Nadie, musitó, con la cabeza alta para que pudiera leer sus palabras. Ella debía cuidarme. La señora Moore dijo que debía venir con ella….

Aunque más que cuidada, Ariel se sentía prisionera de una humana. Prisionera de la nueva vida que había elegido. Porque no era exactamente lo que esperaba. Ella había hecho ese condenado trato para vivir aventuras, conocer gente, ver de cerca al príncipe cuya vida había salvado. En lugar de eso estaba encerrada en una casa ajena, cuidando de una niña pelirroja.

Ariel se acercó un poco al extraño, ya no se sentía cansada. Al menos no físicamente. En momentos como este, extrañaba su voz más que nunca. Deseaba hablar con el extraño aunque fuera unos momentos. Gracias por la ayuda. No quería seguir con ella.

La carrera había resultado algo más rauda de lo que había pensado, pues a pesar de la dificultad que suponía que involucraría el que ella anduviera con ese tipo de zapatos, la chica había sido lo suficientemente diestra como para que ese factor no fuese en absoluto relevante, habiendo perdido a aquella perseguidora en una fracción del tiempo que había presupuestado para ello.

Por supuesto que había tomado en cuenta las razones por las que la pelirroja podría haber pedido su ayuda para aquello, y entre ellas estaba la posibilidad de que estuviese metida en algo ilegal. Sin embargo, ¿importaba eso realmente? No, para nada, mucho menos tomando en cuenta que no se pudiera decir que por mi parte estuviese realmente del lado de la ley, así que no iba a juzgarla por aquello, lo que no quería decir que no tuviera cierta curiosidad sobre las razones que pudiese tener para huir de alguien.

Esperó por la respuesta a su pregunta, sin apurarla, pues la veía cansada después de haber cubierto esa distancia a esa velocidad, y le dio espacio mientras recuperaba el aliento. Frunció el ceño cuando entendió entre sus jadeos que no le seguía nadie, cosa que no le cerraba en absoluto. Lo siguiente que quiso decirme, sin embargo, no llegué a entenderlo. Quizás era que no había alcanzado a recuperar el aliento del todo, aunque ahora que lo pensaba, hasta el momento no podía decir que hubiera escuchado su voz.

Nuevamente alcancé a leer en sus labios algo, esta vez un agradecimiento, pero su voz aún brillaba por su ausencia, y el resto no pude entenderlo. -No hay problema... ¿Estás bien?- le pregunté refiriéndome justamente a aquello, ya que al menos ahora parecía haber calmado su ritmo respiratorio.

Estás bien. Esa era una excelente pregunta. Tan buena que no era capaz de saber la respuesta exacta. Porque no, no estaba muy bien. Estaba sola, confundida, cumpliendo un sueño que no era tan lindo como creía. Pero al mismo tiempo… Estaba bien. Solo bien.

Asintió, sin demasiados deseos de continuar moviendo los labios. Ciertamente, era incomodo tener que comunicarse esperando que el otro comprendiese el mensaje. Y los zapatos, ¡ay! Ariel hizo una mueca al comenzar a sentir, despacito, como los tacones se transformaban en una verdadera molestia. De estar más habituada, sabría que era producto de la mini carrera que acababa de experimentar, completamente inadecuada para su calzado. Cómo no lo estaba, solo pensó que los zapatos eran… un asco.

Apoyó su peso en la pared que estaba a su espalda e intentando mantenerse equilibrada, terminó sacándose los zapatitos ajenos. Ajenos hasta para la supuesta dueña, porque Ariel no recordaba haberla visto usarlos. Primero uno, así con cuidado. Luego el otro… No, mala idea. El equilibrio se gana, y ella aun no lo tenía, confirmado. Soltó el zapatito que tenía en una de sus manos, y con ambas se afirmó en el objeto más cercano: El extraño. Fuerte, lo suficiente para que su instinto aflorara y terminase con sus dos bracitos enredados en el cuello del otro, a modo de ancla.

Lo primero que notó ante la cercanía fue el olor, la mezcla de mar y sudor propio de un humano común. Típico, nada elaborado o diferente a otros y aun así… ¿Por qué le parecía tan familiar?

Se apartó sonrojada de inmediato una vez el peligro de caerse hubo pasado, no por él, si no por el ligero dolor de cabeza que le vino al intentar recordar de donde lo recordaba. ¿Acaso un humano desconocido podía ser familiar para una sirena recién llegada a tierra?

Por su propia seguridad y para evitar acercarse al humano de momento–Deja de llamarlo así, tonta, que también eres humana ahora. –, decidió simplemente sentarse en el suelo. Sí, sentarse. No se fijó si estaba sucio, si podía arruinar el bonito vestido de la señora Moore, nada. Ella simplemente se sentó y terminó de quitarse el segundo zapatito molesto.

Libre de ellos, se permitió mirar hacia arriba, sonriente de nuevo. Si ella era así de rara. Su anterior emoción había desaparecido junto a la molestia de sus zapatos.

Aquel pequeño espacio de duda que creí notar desde que mi pregunta fue realizada hasta que obtuve una respuesta afirmativa por parte de un asentimiento de su parte lo atribuí a la anterior carrera y a la consecuente pérdida de aliento que ésta podía haber acarreado como consecuencia normal a gente que no estaba acostumbrada a tales trotes. Por lo demás, no había sido una carrera cualquiera, sino que la había hecho sobre tacos, lo cual fácilmente podría haberle resultado en algún tipo de torcedura al haberse realizado sobre un terreno tan irregular como lo eran las calles de aquel puerto. Como fuese, una corta sonrisa se asomó en mi rostro al ser informado de aquella manera de que estaba bien, que era lo que importaba a final de cuentas, pues no era la idea haberla salvado de lo que fuera que huía para que terminase con algún problema peor que aquel.

Por un momento desvié la mirada para asegurarme de que efectivamente estuviésemos fuera de peligro, cualquiera fuera éste, aprovechando que ella parecía estar quitándose aquellos zapatos que tan poco convenientes eran para una situación como aquella. Por supuesto que no contaba con su pérdida de equilibrio, que me sorprendió por el rabillo del ojo, girando hacia ella mientras caía sobre mí, reaccionando de manera rápida, tomándola de la cintura con ambas manos para detener su caída a la vez que ella se sujetaba de mi cuello.

Sabía que nunca la había visto antes de ahora que me la había encontrado por pura casualidad, pero ese conocimiento no impidió que en mi mente se diese una impresión de familiaridad. No sólo eso, que durante el breve tiempo que duró aquel contacto, algo que ya había pasado antes tuvo una pequeña repetición, con imágenes fluyendo a mi cabeza, aquella misma cabellera rojiza que tenía frente a mí, pero completamente empapada, surgiendo de bajo el constante oleaje de una playa mientras  un agudo dolor que ahora no era existente, una imagen de una piedrecilla cayendo al agua y haciendo ondas que se interrumpían una y otra vez... Algo me decía que todo ello habría continuado de no haber sido porque ella se separó apresuradamente.

-Ten cuidado, no te vendría muy bien caerte al piso...- le dije algo azorado y con ese dolor haciéndose real de manera leve. -¿Necesitas más ayuda?- le pregunté, poniéndome de cuclillas mientras ella terminaba de descalzarse.

Hizo un gesto que podría tomarse por una risita. Por supuesto, fue algo completamente silencioso, exceptuando el sonido que causaba su vestido al subir y bajar junto a sus hombros. Claro que no le venía bien caerse. ¿Después como se levantaba? Con el vestidito se sentía como una tortuga. Seguro luego terminaba moviendo los bracitos y las piernas hacia el cielo, intentando voltear y todo eso.

Y sí, necesitaba más ayuda, para levantarse de donde ella misma se había sentado. Pero aun tenía un poco de orgullo, así que lo hizo ella misma. Con toda la lentitud del mundo, pero lo hizo.
Una vez de pie, limpió calmadamente el polvo de su vestido, esperando que si quedaba alguna mancha, no se notara o que el desconocido se lo indicara. Eso se consideraba como ayuda, ¿no?

Aparentemente limpia, Ariel se dedicó a mirarlo de forma descarada, otra vez. ¿Quién eres? Pensó. O tal vez lo moduló. Quién sabe.

Le había parecido gracioso, eso estaba claro por mi parte, por la manera en que se reía, por más silenciosa que fuese. Nuevamente el silencio que la volvía misteriosa como si no fuera suficiente con la manera en que nos habíamos encontrado en primer lugar o con esa reacción que aún no entendía a aquel abrazo inopinado y accidental de apenas instantes atrás.Y ciertamente no estaba muy acostumbrado a dejar que los misterios quedasen sin resolver, por lo que terminaría haciendo algo más temprano que tarde.

La chica no aceptó mi ayuda, sino que muy resuelta se las arregló para levantarse del suelo, poniéndome algo nervioso por el tiempo que le tomó la acción. El punto era que, al no haber aceptado mi ayuda, tampoco se la iba a forzar, por lo que no me quedaba opción más allá de dejar mis nervios en un nudo flexionando mis dedos impacientes por tomar su mano y terminar el movimiento.

Sus labios volvieron a moverse sin que entendiese su mensaje. -Tu voz... ¿No puedes hablar?- terminé preguntándole, con un tono interrogante pero calmado y amable.

La sonrisa se esfumó de inmediato ante su pregunta. Su voz… su hermosa voz. Perdida en ese collar extraño de un brujo loco. Todo lo que ella era estaba en manos ajenas. Si Mermaid la viera, si su padre la viera. Seguramente flounder le diría un te lo dije, así con burla.

Pero Flounder no está aquí, igual que mi voz. Y puedo comunicarme aunque sea con señas.

Lo tenía comprobado, hasta la fecha los humanos comprendían lo que ella intentaba expresar. O al menos intentaban comprender lo que ella intentaba expresar. O algo así…
Llevó su manito a su cuello, acariciando. El gesto se volvería algo normal en ella dentro de poco. Luego negó. Claro que no podía hablar. Si pudiese, estaría haciendo preguntas a cada humano al alcance de su mano. Todos. Sobretodo el extraño que tenía frente a ella.

Hecho esto, bajó la mirada, avergonzada. Era una sirena tan… patética.

Me quedó claro de inmediato que mi pregunta no le había caído de lo más bien sin necesitar para ello de más pruebas que la desaparición de la bonita sonrisa que había mantenido sobre su rostro. Sin embargo, se las arregló para responderme con un movimiento de cabeza, dándome a entender que efectivamente no podía hablar, bajando a continuación la mirada en un gesto que demostraba cierta resignación y la hacía ver sumamente indefensa y vulnerable.


Tragué un poco de saliva antes de llevar mi mano hacia ella, sosteniendo su barbilla con mi pulgar y mi dedo índice y levantándola con delicadeza para hacer que me volviese a mirar. -Tranquila, no es algo malo, no es nada de lo que tengas que avergonzarte. Simplemente tendré que poner un poco más de mi parte para entenderte, ¿está bien?- le dije en voz baja, sin que fuese tan leve que no pudiera escucharme. -Ahora, creo que ha estado mal de mi parte no presentarme- continué, sonriéndole y por medio segundo pensándome lo que iba a decir a continuación. -Mi nombre es Íñigo Montoya- me presenté, finalmente, dejando su barbilla y estirando mi mano hacia ella. -¿Puedes intentar decirme el tuyo?

De poder hablar la voz de todas formas no le saldría. Solo podía pensar en el calor de los dedos del extraño sobre su piel ligeramente helada. En eso y en el aroma tan intenso de esa sangre ajena.

“Concéntrate Ari, respira por la boca si es necesario. No quieres morder, no quieres morder…”

¿O sí? Las sirenas no bebían sangre exactamente, pero vaya que tenía buen sabor acompañada del resto de carne. Nuestra sirenita no era amante de las cacerías, que sumado a la sobreprotección de su padre la mantenían lejos de semejante deporte del reino, pero… ¡No era inmune a sus propios instintos!  Y hace tanto que no comía como corresponde. Hasta tenía la sensación de que había pasado toda una vida.

“No, no quieres. Concéntrate en otra cosa, en su figura, en sus palabras, ¡anda!”

Obedeció a su conciencia, si al final siempre ganaba. Comenzó a escucharlo. Descubrió que hasta era agradable oír su voz.
Asintió ante ese está bien, aunque no tenía ni idea de a qué se refería, mientras la parte más primitiva de sí misma seguía pensando en el festín que podía representar el humano. La otra también estaba distraída con el humano, pero por otros temas, mucho más inocentes. Tiene linda sonrisa, ¿no crees?.

Deseó poder retener el calor. Era agradable, era suave. Era… ¿Dijo Iñigo Montoya? El nombre le resultó familiar. Como un deja vu.

–Ariel…

Por mero impulso tomó la mano del ya no tan extraño. La sonrisa volvió. Le gustaba el toque de ese humano en especial. Aunque sonara como la mayor de las tonterías.

–Un placer conocerte.

Un placer y una extraña casualidad. ¿En qué mundo se encontrarían una sirena fingiendo ser humana con un humano que pasa su vida en el océano?

No sabía si es que acaso era idea mía o cuál era la razón para ello, pero me parecía que la concentración de la chica iba de una relativamente dispersa y centrada en sí misma a una en la que casi parecía que no hubiera más que yo frente a ella. Era una sensación extraña pero no desagradable, sin que pudiera precisar la razón para que fuese de esa manera. Por mi parte, no podía evitar el fijar mi mirada en ella, como si una parte de mí necesitase hacer algún tipo de conexión que a la vez se encontraba ahí y me eludía por completo. ¿Cómo era que iba a poder continuar con la vida que llevaba hasta el momento si es que ese tipo de sensaciones empezaba a asaltarme cuando menos lo esperaba?

Seguí sin escuchar absolutamente nada de parte de ella, aparte del sonido de su respiración, pero esta vez estaba mucho más atento, por lo que cuando sus labios comenzaron a moverse mis pupilas siguieron cada una de sus curvas.

-Ariel...- repitió tanto para sí como para recibir algún tipo de confirmación de su parte, si es que era ése efectivamente su nombre. Bien podía serlo, ya que de alguna manera se ajustaba de manera perfecta a ella. ¿Que cómo lo sabía? No habría podido explicarlo ni aún cuando hubiese tenido un sable al cuello, lo cual lo hacía más extraño aún.

Su mano se sentía suave ante mi tacto. Algo fría, pero de todas maneras suave, como si se tratase de seda dejada a la intemperie. Y una vez más hacía aparición aquella bonita sonrisa con la que ya le relacionaba en mi mente, incluso mientras una nueva respuesta se formaba en mis labios. -El placer es mío, Ariel- le dije, sonriéndole igualmente mientras elevaba lentamente su mano hasta rozar con mis labios su dorso, mis ojos volviendo a los suyos.

“Sí, respira, eso. Ahora imagina que eres vegetariana.”

Pues no, no era vegetariana. Amaba la carne y dijera lo que dijera la otra, no podría solo olvidarlo e imaginar que amaba las algas. Pero ahora el problema no era exactamente ese, aunque su voz interior parecía no notarlo. Ahora el problema eran los nervios, el deseo irrefrenable de seguir con el contacto un poco más. Sobretodo ese que resultaba tan… intimo, con semejantes ojos fijos sobre los suyos, los labios rozando su piel. El segundo problema era justamente la parte mala de ese deseo.

Así con los sentidos tan concentrados en el ya no tan extraño, sintió como si de alguna forma extraña, ya lo hubiese visto en alguna otra ocasión. Acaso mucho, mucho tiempo atrás. ¿Cómo era eso posible? No pudo evitar preguntarlo directamente. La chica era tan cuirosa…

–¿Nos hemos visto antes?

La duda era tan grande. Simplemente su cerebro le decía que no, que era imposible, porque claramente recordaría un encuentro previo con semejante… aroma. Pero algo, algo muy dentro de sí misma, le susurraba muy despacio que sí, no era su primer encuentro.

Y volvió el dolor de cabeza. Hizo una pequeña mueca, alejando su mano y llevándola a la cabeza. Esta vez fue un poco más fuerte, suficiente para hacerla “decidir” cambiar de tema lo más pronto posible. Que no irse, se sentía demasiado bien como para hacer caso de esa idea.

Se alejó un poco, acercándose más a la salida del callejón que le sirvió de refugio. Segura de la distancia, volvió a mirar al extraño. No podía hablarle de espaldas, que no se enteraba de nada.

–Es… la primera vez que vengo al puerto. Todo es muy bonito, ¿no crees?

O al menos así lo veía ella. Nunca antes se había acercado a esa zona, demasiados pescadores para que una sirena deambule por allí. Y bueno, deseaba salir a verlo mejor...

Los ojos de la chica se mantenían obsevándome con insistencia mientras completaba aquel ritual de presentación que en esos momentos poco tenía de ritual, quizás por aquella familiaridad que no era tal y que volvía con insistencia a rozar mi mente sin que llegase a traspasar a mi conciencia, como si hubiera una barrera de algún tipo erigida ahí. ¿Y cómo era que sabía que no sólo su mirada sino que también su sonrisa se mantenían constantes? Simple, porque mis ojos tampoco se apartaban de ella. Claro, podría haber atribuido eso al que tuviera que estar concentrado en los movimientos que pudiesen provenir de sus labios formando palabras que tendría que interpretar, pero tenía que admitir al menos para mí mismo que no era la única razón para ello, por más que no pudiese explicar exactamente cuál vendría a ser la alternativa correcta en ese caso.

Mi cabeza se ladeó ligeramente mientras trataba de entender lo que ahora me preguntaba, ayudándome para saber que era efectivamente una pregunta con los gestos en su rostro. -No podría asegurarlo por completo, pero... diría que no, que nos hemos visto antes, aunque...- dije, dejando las palabras en el aire por unos instantes antes de volver a retomar. -Hay algo en ti que se me hace familiar, pero no puedo situarlo exactamente- terminé diciendo, ladeando mi sonrisa sabiendo lo extraño que debía escucharse eso si para mí también lo era el decirlo.

Noté el gesto de incomodidad en ella, frunciendo el ceño, y algo iba a decirle cuando de pronto se alejó, yendo hacia la entrada del callejón, haciéndome pensar que se iría hasta que se detuvo, girándose hacia mí. -No podría decirlo. He estado en muchos puertos y no suelo fijarme mucho. Pero siendo tu primera vez, ¿quieres ir a dar una vuelta por ahí?- le pregunté, sonriéndole.

–Hombre de mar… Me gusta eso…

Casualidades, tantas casualidades. Ella conocía el mar y sus profundidades, él… pues conocía los puertos. Justo lo que Ariel necesitaba. Y le gustaba. Suponía que tendrían cosas en común.

Sonrió, pues lo que más deseaba era conocerlo todo. Y todo es todo, hasta la más pequeña de las piedras de ese reino. Luego vendrían los otros, si soportaba estar tan lejos del mar.
En lugar de responder regresó junto a Iñigo, tomándose de su brazo. El típico gesto de “vamos donde tú quieras”.

Zapatitos ya en mano, aunque pensando al mismo tiempo en donde estaría la pobre vieja. ¿Le llegaría un sermón al volver a casa? Debería estar junto a la mini pelirroja, después de todo para eso estaba en esa casa. Pero Melody era igual que ella, en parte. Y bueno, no eran del todo compatibles. Ariel no deseaba estar en la playa todo el día. Justo ahora, prefería pasar el día junto al extraño, dando vueltas por ahí, comiendo las delicias del puerto… Ah, el sueño de cualquier chica: tener una aventura.

No pude evitar sonreír ante aquel silencioso comentario, que dentro de todo era un halago y una caricia para mi ego, sin saber si es que era eso lo que intentaba o no, pero recibiendo aquel subidón de todas maneras. Claro, no siempre había sido así, pero a estas alturas era algo que difícilmente habría cambiado por otra ocupación. Incluso había dejado en buena medida el alcohol con aquella nueva vida, y los resultados eran notorios para mí mismo, que al final de cuentas era el único que tenía que pudiese ver la diferencia con lo que había sido mi pasado.

Ninguna otra respuesta "verbal" vino de Ariel, sino que en lugar de eso se devolvió sobre sus pasos, llegando a mi lado y tomando mi brazo en una tácita petición de que la llevase a dar una vuelta por ahí. Por mi parte, no era como si conociese el puerto tan bien, pero no me importaba en lo absoluto el conocer rincones del mismo a su lado. Por el contrario, incluso podría decir que me gustaba la idea. Sujetándola bien del brazo me dirigí a la salida del callejón, tomando un segundo para decidirme antes de tomar la dirección contraria a aquella de la que habíamos venido para iniciar nuestro recorrido.

-Bueno, Ariel, veamos qué podemos conocer- comenté.

Lo bueno de ir en la dirección contraria de donde venías, contraria incluyendo el propio océano, es que se desaparecen los nervios porque tu “nana” te vea con un desconocido. Sobre todo un macho desconocido.

“¿Qué diría Sebastián si me viera? – “Seguramente iría con Tritón a contarle el chisme, típico”. –Sí, tal vez lo haría. Y Tritón se enfadaría bastante…

A su majestad no le gustaría para nada que su niña estuviera ocupada vagando en tierra con un extraño hombre que olía a mar, eso es seguro. Pero basta de esas cosas, estamos ocupados con el humano.

La caminata era lenta, sin dudas. No había prisa, ni la necesidad de verlo todo a la vez. Ariel se sentía bastante cómoda con ese ritmo, en parte porque así sentía de cerca el calor que emanaba Iñigo.

Aunque claro, el recorrer significaba ver otros humanos a tu alrededor, igual que acercarse al mercado. ¿Y que había en el mercado? Pues lo típico. Pescados y mariscos recién sacados del agua, frutas venidas de las huertas del reino o de los vecinos. Objetos curiosos y sin aparente utilidad, joyería hecha por artesanos hábiles o de dudosa procedencia, ropa de todos los colores y telas para confeccionarlos. En fin. Lo típico. También estaba la gente, claro, que a Ariel le causaba igual curiosidad que las cosas. Personas bien vestidas acompañadas de sus criados (nunca falta la gente rica que es tan caprichosa que debe comprar las cosas él mismo, que sino no funciona), criados solos siguiendo órdenes, personas comunes y corrientes comprando para la semana, y vendedores gritando cada una de sus mercancías, con el fin de atraer clientes. Estas personas atraían la curiosidad de Ariel en especial. La forma en que ofrecían sus mercancías, el cómo hablaban y hablaban con tantas personas a la vez, el cómo intentaban vender… Era tal vez demasiado. La chiquilla no sabía dónde mirar.

Al menos hasta que vio al extraño tipo flacucho con tatuajes en su piel, que ofrecía nada más ni nada menos que objetos robados de las mismísimas sirenas: peines, joyas, tesoros dignos de un rey. Además de cosas más extrañas, como pequeños frascos con lágrimas de sirenas, con cabellos, ¡hasta había escamas!

La sirenita no sabía qué pensar. Ella sabía que no podían ser reales, que Tritón mantenía a los humanos muy lejos de su territorio, pero… ¿Y las sirenas de agua dulce? ¿Y los exiliados?

Sus pasos la guiaron justo en esa dirección, hasta quedar frente al puesto. El humano, ni tonto, comenzó a ofrecerle todo a un precio supuestamente razonable. Ariel no escuchaba. Reconocía algunos de esos objetos. Formaban parte de su propia cultura…

No tenía realmente una idea clara de a dónde iríamos o qué haríamos, y es que después de todo aquello de ir a pasear por la ciudad portuaria era bastante amplio, así que por lo menos no habría problema en improvisar si es que era necesario. De todas maneras, no era que tuviese mucho más plan para aquel paseo que el simplemente hacerle compañía a la cada vez menos desconocida pelirroja, que de alguna manera tenía algún tipo particular de atracción poderosa sobre mí, sin que llegase a entenderlo y sin que ella tampoco pareciese estar haciendo algo en particular para lograrlo. El solo intentar pensar al respecto hacía que un inicio de dolor de cabeza me atacase, por lo que prefería pasar de hacerlo.

No había apuro alguno ya que después de todo estaba consciente de que ella iba descalza, y asimismo de lo molesto que podía ser caminar por las calles de aquella manera, incluso aunque en la ciudad costera hubiese un empedrado que pudiese aliviar hasta cierto punto esas molestias. Después de todo, en algún momento de mi vida había pasado por una situación parecida, aunque no de manera voluntaria, después de haber perdido a mi padre en manos de Rugen. Tenía igualmente cuidado con que la gente que pasaba cerca a ella no terminase aplastándola o haciéndole daño de manera alguna, sintiéndome responsable por ella, y no de una forma pesada, como si fuese una carga, sino que era todo lo contrario. Siendo así, poca o ninguna atención le prestaba a la gente en sí, a sus rasgos o a sus vestimentas, siendo algo más relevantes las miradas que se dirigían hacia la pareja que hacíamos. Podría haber seguido por un tiempo indefinido de aquella manera, caminando con calma, pero fue ella misma quien se detuvo de pronto frente a un puesto en el mercado, uno en el que un tipo decía ofrecer los tesoros de bajo el mar. No le habría prestado mayor atención por mi parte de no haber sido por ella. Ahora, por ello, sí empecé a revisar de manera algo curiosa lo que tenía desplegado en su puesto.

-¿Quieres algo de eso?- le pregunté a la muchacha en voz baja, observando su expresión concentrada.

Tan concentrada estaba que casi no oyó la voz de Iñigo. Comenzaba a detestar a ese humano, a él y sus narices metiches. ¡Claro que eran objetos reales! Tal vez las lágrimas y el resto de cosas no funcionaran como el humano decía, pero de alguna forma terrible las había conseguido. Las sirenas no lloran, para nada. Son demasiado orgullosas para llorar frente a un cazador, a no ser que tuviesen una razón de peso para hacerlo.

¡Asesino, es un asesino! ¿Cómo no pueden verlo? – “Tal vez porque la mayoría no cree que sean objetos reales y los que sí, no les interesa”

Seguía siendo algo muy cruel. Ariel aun no tenía crías, con lo que desconocía donde exactamente daban a luz las sirenas. Pero bueno, ahí podía haber una excelente razón para que una sirena llorara. Sus hijos. Se sintió asqueada. Apretó con un poco más de fuerza el brazo de Iñigo.

Y por un momento, solo uno, sus ojos normalmente curiosos dejaron paso a los ojos de una sirena mucho más vieja. Mermaid. Por el latido algo más errático del otro humano, este lo había notado. Ariel sonrió. Ahora podrían comprenderse.

Como no había pasado demasiado desde la pregunta de Iñigo, que su cerebro había procesado bastante bien y ahora se la recordaba, decidió responderle.

–Me gustaría algo de eso…

Su mano libre indicó, curiosamente, uno de los frascos de lágrimas de sirena. Deseaba poder destaparlo y olerlo, saber si eran lágrimas de una sirena de verdad. Tenían un olor bastante característico que la sirenita reconocía muy bien: sus hermanas y ella lloraron bastante la muerte de su madre, lo suficiente para que ella supiese exactamente su aroma y sabor.

–¿Son de verdad? – moduló en dirección al humano, aunque a la vista de Iñigo para que este pudiese repetir su pregunta en caso de que el otro no la comprendiese.

El humano asintió, algo nervioso. Otra vez su corazón se aceleró y una pequeña gota de sudor se asomó en su frente. –Sacadas directamente de una sirena, señorita. Yo mismo las saqué…

Listo, lo había dicho. Tal vez fuese real, tal vez fuese una mentira, pero Ariel inspiró fuerte. Quería recordar ese aroma a lo largo del tiempo. Estaba bastante segura que esa noche iría de cacería. Al menos para mantener a ese humano lejos de sus secretos. Hecho esto, sonrió lo más inocentemente posible. Tal vez bajo sus labios se asomasen ligeramente la punta de sus colmillos. ¿Sabían que a la niña le gusta ir de cacería cuando se trata de defender sus tierras?

Ya no deseaba demasiado estar ahí, pero se quedó quietecita junto a Iñigo. El oír su corazón la calmaba ligeramente.

En un principio llegué a pensar que no me había oído, tan centrada como estaba en la mercancía que el vendedor tenía ahí adelante. No sabía cuál era la atracción que le llamaba tanto la atención de aquel puesto en particular, o al menos había algo que me impedía entenderlo, como si cada vez que quisiera hacer alguna relación entre aquella curiosidad y la chica pelirroja hubiese una barrera en la que mis pensamientos rebotaban, dejándome algo confundido, cosa que se expresaba en mi rostro sin que realmente estuviese consciente de ello. Tampoco era algo exagerado, sino que se notaba en la manera en que entrecerraba mis ojos y éstos iban cambiando su objetivo de la chica al vendedor y viceversa.

Recién salió más o menos de aquella distracción, si es que así se le podía llamar, cuando el brazo de ella se apretó un poco más contra el mío, haciendo que la mirase con atención y fijeza, extrañándome por un instante una fugaz mirada que nunca le habría atribuido a ella de no haber sido porque se la acababa de ver, mirada que desapareció tan pronto como apareció. Asentí al descifrar lo que quería.

-Páseme uno de esos frascos, por favor- le pedí al comerciante. -¿Cuánto es que cuesta?- aproveché de preguntarle mientras lo recibía y se lo pasaba a mi acompañante, escuchando el precio que mencionaba. Éste era algo elevado, pero si es que la mercancía era legítima, debía ser más o menos lo que realmente costaba. Por mi parte, por alguna razón estaba más que dispuesto a pagar el precio si es que era lo que Ariel quería.

Estaba a punto de repetir lo que había interpretado a partir de sus labios, sorprendiéndome un poco al ver que el tipo también lo había entendido sin más. Siendo así, simplemente esperó por su respuesta. No tenía idea de para qué podían servir aquellas lágrimas, pero habiendo expresado ella su interés por el frasco, saqué de mi bolsa el dinero requerido y le pagué al vendedor

El peso del frasco en sus manos le sacó una sonrisa, leve, pero sonrisa al final. Se mantuvo en la misma posición junto a Iñigo, no queriendo alejarse demasiado.

Ya que el pago estaba hecho, inclinó la cabeza frente al vendedor a modo de despedida y prácticamente se llevó a su compañero a rastras, hablando entre dientes pese a saber que nadie oiría su voz aunque intentara gritar. Costumbre, tal vez. En segundo plano podía oír la voz entre dientes del propio humano.

Una vez estuvieron a una distancia considerable, se obligó a si misma a calmarse y volver a prestar atención a Iñigo. Se suponía que estaban paseando juntos. Aún estaba bien agarrada a su brazo, con la otra mano sosteniendo el frasquito. Estaba bien.

Le tocó la mano un momento para llamar su atención. Fue un gesto suave, tal vez hasta demasiado.

–Gracias, Iñigo. – por el regalo, la compañía, quien sabe. Ya se lo pagaría, claro. De momento, solo pudo darle un fugaz besito en la mejilla. –Es agradable pasear contigo… ¿Dónde iremos ahora?

Tenía curiosidad por seguir viendo cosas a su lado. O que le contara algunas cosas típicas del puerto, cuyas respuestas no podía dárselas su guardiana nueva. Y por qué no, responder alguna pregunta también. Debía ser aburrido eso de estar con una muda…