El comienzo siempre es difícil [libre]

Correr desorientadamente, pararse a recobrar el aliento, y continuar corriendo era lo único que había hecho la Bailarina en toda la noche. Desde que se despidió del Duende se soltó a correr hacia donde su corazón le decía que lo hiciera, porque ella no conocía otro lugar más que la casa donde conoció al Soldadito y aquella que la vio nacer. "Así que esto son las calles, veredas y perros ladrando de los que hablaban las personas..." pensó. "Con razón no dejaban salir a los niños tan fácilmente". Llegó un momento en que no sabía si corría por la desesperación de que el Duende se diera cuenta de las verdaderas intenciones de la joven y saliera a perseguirla, o por la emoción de encontrar al Soldadito por allí cerca, o porque todo la asustaba (¡es mucho más grande!)... o por todos esos sentimientos encontrados.

Ensimismada en sus pensamientos, la Bailarina tardó en darse cuenta de que la noche había llegado a su fin y había amanecido ya. Deseaba encontrarse lejos de su casa, aunque no estaba segura: por la noche (o la adrenalina del escape) veía todas las casas idénticas, dándole la impresión de que solo corría en círculos; ahora con la luz de sol cada cosa le parecía tan diferente...

Se paró una vez más y se apoyó en una farola, no podía seguir avanzando sin sentido. Se llevó las manos a la frente y resopló, su situación no era tan favorable como ella había imaginado. Necesitaba calmarse y pensar, ¿qué seguía? ¿hacia dónde iría? El Duende dijo algo sobre que el Soldadito había ido al mar, ¿dónde quedaría eso?

El gato que muy gato ya no era porque prácticamente iba envuelto en una nube de vapor o, mejor dicho, él mismo era esa nube de vapor, se dejó llevar por el viento, Alicia aún no había vuelto o al menos, nadie le había avisado de ello así que tenía todo el tiempo del mundo para hacer lo que la real gana le diera. Se podría decir que el curioso gato acabó dormido en su travesía, no siendo más que una cabeza flotando sobre el aire. De repente, esa cabeza golpeó una farola e hizo que el gato abriera sus grandes ojos- ¿qué haces ahí en medio? ¡aparta! -exclamó molesto ya que la farola su sueño había estropeado.

Pero la farola no le hizo caso, es decir, ¿qué farola hace caso a un gato? Directamente, ¿las farolas tenían orejas? Nope, seguramente aquella sería una de tantas farolas sordas, había que hablarle como a los mudos, por gestos y, eso hizo el gato. Convirtió su cuerpo de nuevo en el de un felino y agitó sus almohadilladas patas, sacando sus garras de ellas, entonces empezó a hablar con la farola en aquel extraño idioma cuando se percató de que no era el único allí.

- ¿A ti tampoco te responde la farola? -comentó el gato mientras atravesaba la luz de esta y volaba hacia la chica- Nunca lo hará si no te entiende, ¿sabes? -chasqueó la lengua negando, antes de posarse sobre la cabeza de la chica que más bien parecía una Alicia con el pelo marrón, incluso llevaba un vestido, solo que rosa y más abultado.

La bailarina seguía con los ojos cerrados y las manos en la frente, sin preocuparle si sería una pose que llamaría la atención o si la haría pasar desapercibida entre los humanos. Por ahora lo único que le importaba era la intensa lucha interna a la que se enfrentaba. Entre la culpa por haber engañado al duende, el amor por el soldadito y la desorientación actual, no sabía qué hacer. Respiró profundamente, casi bufando, y comenzó a hacer planes basada en los hábitos de las personas de la casa donde vivía, cuando algo la sacó de sus pensamientos. Una voz masculina seguida de un peso cálido sobre su cabeza, ¿sería él intentando cubrirla del recién salido sol? La emoción le impidió abrir los ojos, así que sólo habló con una gran sonrisa asomándose.

-Oh no señor, en realidad no le estaba hablando la farola por ahora, yo solo...-. Se armó de valor y se retiró las manos de la frente, esperando ver a su amado y terminar su frase con un "...salí a buscarte y ya te encontré". Sin embargo, al abrir los ojos no vio a persona alguna, mucho menos a quien ella quería. -Ahm...- dijo más para sí misma que para alguien más, cambiando su expresión sonriente a una muy confundida. Como el peso en su cabeza seguía allí, comenzó a sentirse asustada y volteó hacia arriba, como si de esa manera pudiera ver lo que había sobre ella. Solo alcanzó a ver pelo que no le pertenecía, lo cual no ayudó a tranquilizarla y la hizo sobresaltarse, siendo su primera reacción alzar sus manos para intentar alcanzar esa masa de pelo. Definitivamente no es él, ¿dónde estoy?, pensó ahora sí preocupada.

Se quedó bastante confuso ante la respuesta de la chica y el tono de voz que empleó, ¿acaso eran todas las mujeres así? ¿no sabían nada? Él era un gato, UN GATO, NO UN SIMPLE SEÑOR, ÉL ERA EL GATO DE CHESHIRE, POR TODOS LOS DIOSES.

Rodó por la cabeza de ella hasta situarse enfrente, con los brazos bajo la cabeza, usándolos a modo de apoyo. Se quedó mirando los oscuros ojos de la muchachita y, después de dejar escapar un suspiro, habló- Señorita, yo no soy señor alguno como podéis comprobar y me jugaría el sombrero de mi buen amigo el Sombrerero a que no esperabais que fuese quien soy -el gato sonrió ladino y giró su cuerpo, quedándose boca abajo, mirando al revés a la chica aunque aquello tuvo fácil arreglo, sólo giró su cabeza, poniéndola de nuevo recta, para poder ver de frente a la jovencita- no te sienta nada bien estar boca a bajo, querida -comentó mientras observaba una mosca que acababa de posarse en su misma cabeza.

Cheshire era muy dado a hacer esas cosas, es decir, siempre giraba todo su cuerpo, lo hacía desaparecer y de más cosas extrañas, sí, no muy normal pero decidme, ¿qué diablos era normal allí? Nada, pues ya está. Además, aquellos movimientos le salían solos, él ni siquiera se daba cuenta de que los realizaba, eran como una especie de acto reflejo por así decirlo...

El gato sacó los ojos de sus órbitas para mirar más de cerca a la mosca, ¿cómo diablos podía ser tan simple? ¿tan normal? Estaba claro que no había acabado en cualquier rincón de Wonderland, es más, estaba claro que él no estaba en Wonderland.

Antes de alcanzar a tocar nada, percibió el movimiento de esa masa de pelo que finalmente resultó tener forma de gato, aunque de colores que le recordaban a los vestidos que usaba la cocinera de la casa que recién había abandonado. Sonrió aliviada porque por un momento se llevó un susto de muerte al no saber lo que era, y le recordó al hogar de los ancianos jugueteros que la crearon: ellos tenían un gato también anciano, ya no retozaba como ella suponía que había hecho hacía muchos ayeres, se veía tan cansado que no se metía mucho con las creaciones de sus dueños. Con eso en mente se disponía a acariciarlo como veía que hacía la señora Balbina, de quien tomó el nombre, como acto humano y para satisfacer su curiosidad de lo que se sentiría, cuando se llevó una gran sorpresa al escucharlo hablar, seguido de movimientos que ella no había visto antes en persona o animal alguno, aunque sí en algunos juguetes saltarines que presumían ser especiales para niños por motivar la creciente curiosidad de los pequeños.

-Oh, discúlpeme y créame que me apena mucho decirle que no sé quién es usted, aunque tiene razón en que no es quien yo esperaba...- dijo observándolo detenidamente. Definitivamente no era parecido al gato de la señora Balbina, más que en su apariencia. -¿Y no tiene que esperar a que sea de noche para hablar y hacer todo esto?- le susurró señalándole su cuerpo en posición extraña. En un pasado no muy lejano, ella y sus compañeros juguetes podían cobrar vida únicamente por las noches cuando las personas no los veían, pero no sabía las reglas para los animales. A juzgar por los movimientos y las frases que articulaba este gato, debían tener una segunda vida como los juguetes, lo cual extrañamente la hizo sentir menos sola en el mundo de los humanos.

El gato no pudo evitar hacer una, dos y más de tres muecas ante la reacción y las palabras de la chica, ¿qué qué? Estaba tararí, más que Tweedledee. Las rayas azuladas del gato pasaron a ser de un tono más morado, lila, rosa, magenta y toda la gama de colores derivados de estos hasta volver a ser azules, sólo que un pelín más oscuros. El gato miró a los ojos de la chica directamente, preguntándose qué demonios pasaría por esa cabecita llena de pelo marrón.

Cheshire asintió ante la frase que ella pronunció- Querida, yo lo sé todo -obvió como si aquello fuera una regla fundamental que todo el mundo debería conocer- y, que yo sepa, puedo hablar cuando me venga en gana pues nada ni nadie puede obligarme a callar -parpadeó, algo confuso- ¿por qué lo preguntas si se puede saber? ¿de dónde tú vienes no se puede hablar hasta que caiga la noche o cómo está la cosa? -preguntó mientras se tumbaba al lado de ella, haciéndose una bola.

A Cheshire le encantaba ser una bola pero sin embargo hacía demasiado calor para ser un gato bola así que decidió mostrarse en su forma humana. Ya tenía bastante controlado eso de ponerse la ropa con tan solo pensarlo, ni siquiera se le había pasado por la mente aparecer desnudo delante de ella, sería una auténtica locura.

Miró algo asustada cómo el gato cambiaba de colores, no por el hecho en sí sino porque algún humano podría pasar y verlo. Ella había visto cómo algunos juguetes cambiaban el color de sus ropajes por las noches para jugar con las mentes de los niños, pero así a media calle y a plena luz de mañana... tal vez era infundado, ya que desde el inicio de su vida había aprendido que no debía mostrarse tal cual era con las personas, pero no estaba segura del por qué, o qué pasaría si ellos lo descubrían. Que se asustarían y la quemarían, o que la expondrían como en un espectáculo, o algo así le había contado alguna vez el duende, la verdad es que antes de la aparición del Soldadito ella no le había prestado mucha atención.

Volteó hacia un lado y hacia otro mientras el gato le respondía, aliviada de que no hubiera testigos todavía. Tal vez no tarde mucho en llenarse de gente como la cocinera que hacen compras o se cuentan chismes, yo qué sé, pero no sé si sea seguro que él haga esto, pensó. -Pues... en realidad no es exactamente por el lugar de donde vengo, sino la situación la que hace que uno no pueda hablar libremente hasta bien entrada la noche...- le dijo mirándolo confusa. Debía reconocer que ese gato tenía gestos muy humanos, lo cual a ella le vendría de lo más útil para verse natural como él y no levantar sospechas.

De pronto se convirtió en humano, y ella no pudo evitar soltar un gritito de sorpresa. No había necesitado polvos ni pronunciar algún hechizo, ¿sería como el Duende? ¿Podría hacerlo con el Soldadito una vez lo encontrara? ¿Entonces él sabía que no era humana? El miedo comenzó a invadirla y se olvidó de toda formalidad y modales. -¿Cómo hiciste eso? ¿De dónde vienes?-

Cheshire se quedó mirando a la muchacha, analizando sus rasgos, era bella pero no humana, podía oler su esencia, sí. Deseó guardarse ese dato para sí mismo, era mejor guardarse cosas importantes como esa para situaciones importantes, ¿no? Quién sabe si en un futuro podría utilizar aquellas mismas palabras contra ella aunque, quizá no fuese del todo necesario, ¿cierto?

- ¿Acaso hay una norma que prohíba hablar hasta tales horas? Qué tontería por favor -dijo Cheshire negando- ¿Que os tienen a todos callados y amordazados con cuerdas? ¿Secuestrados? Seguro que tú eres una de las supervivientes, ¿a que sí? -dijo el gato más que convencido de sus propias palabras. Aquello de montarse historietas él solo era básicamente normal en él, es decir, era un gato vaporeo que hacia magia y se dedicaba a molestar a la gente, para ello debería inventarse cosas, cosas descabelladas y sin sentido, tanto que hasta él mismo acababa creyéndose sus propias invenciones.

Sonrió satisfecho al ver la cara de asombro de la muchacha, esa era la expresión que buscaba- ¿Hacer el qué, querida? -preguntó con curiosidad al mismo tiempo que hacía que sus ojos tomaran el color de su forma gatuna y después el de su forma humana, de nuevo- yo vengo de ninguna parte y de todas al mismo tiempo -comentó con tranquilidad- Yo soy aire, vapor, humo, cómo quieras llamarlo -agitó la mano en el aire, como si allí hubiera una mosca que le molestara, a pesar de que nada había allí.

La bailarina solo pestañeaba, aún confundida. Dentro de todas las cosas que no terminaba de comprender de este nuevo cuerpo y esta nueva vida humana, la aparición de este gato-hombre era una de ellas. Comenzaba a preocuparle el tener tantas y tantas dudas, y en especial de esta persona... gato... quien fuera, esperaba desde el fondo de su enamorado corazón que no fuera amigo del Duende, con eso de tener magia que puede transformarlo en humano. Comenzó a hacerse historias espantosas, tensándose cada vez más: que si el Duende la había descubierto y había enviado a este amigo a por ella, que si era una advertencia por sus intenciones de no hacer caso al Duende, que si el mundo le ponía obstáculos a propósito por haberse enamorado del Soldadito... y fue justamente al recordar la cara del Soldadito que se armó de valor y decidió enfrentar la situación. Fuera cual fuera.

Carraspeó y sacudió la cabeza al ver su cambio de color de ojos. Esta vez, definitivamente no era algo que había visto antes. -Eh, bueno, en realidad no soy superviviente de secuestro alguno, simplemente era la regla...natural,  por llamarle de alguna manera- le dijo pensando en que si él no era un juguete como ella, entonces no sería del todo seguro contarle su origen. Aún no sabía si conocía al Duende o no. -Y me refería a cómo hiciste... esto- le dijo señalándolo completo. -¿Aire, vapor? ¿De todas partes? Disculpa, pero me confundes un poco... supongo que puedo tutearte, ¿no?- le dijo finalmente tratando de ganar un poco de confianza y conocer de dónde realmente venía y si tenía intenciones desfavorables.

Rara. Rara, rara, rara. ¿Por qué diablos se rodeaba de gente tan rara? ¿que tendría una maldición o algo? Jamás lo entendería- Que yo sepa no hay ninguna regla natural que te diga que no puedes moverte hasta que se haga de noche, querida -dijo el gato algo distraído mientras le miraba el pelo a la muchacha. Al parecer allí había algo que le llamaba la atención, algo brillante, un pasado. No dudó ni un segundo en llevar las manos a él y sacarlo de ahí, cosa que no fue demasiado buena pues el pelo recogido que ella llevaba comenzó a caer sobre sus hombros y dejarla con el pelo revuelto.

¿Que si a Cheshire eso le importaba? Pues no precisamente. Él tenía su objeto brillante y era feliz con eso, nada más. Después de observarlo durante unos segundo se lo volvió a poner a ella en el pelo aunque claro, no como lo llevaba antes. Cuando el gato se lo puso se le quedó colgando entre todo el pelo deshecho que llevaba, sin embargo, Cheshire ni siquiera se inmutó.

El gato se miró de arriba a bajo, ¿cómo hizo qué? ¿convertirse? Por respuesta se encogió los hombros, ni siquiera él sabía cómo lo hacía, era tan... automático...- Umh. Sí. De todas partes, querida. He nacido del humo de una pipa así que soy todo y todo es yo, ¿comprendes por donde voy? Puedo transformarme en todo lo que mi mente piense -comentó alzando varias veces las cejas.

Él asintió a su pregunta, después apoyó la cabeza en lo que quisiera que estaba apoyado y esperó a la respuesta de la joven chica de la misma raza que Alicia.

La manera tan natural en que dijo no saber sobre LA regla de no moverse hasta que los humanos durmieran hizo que bajara su guardia, solo un poco. Aún sentía un poco de desconfianza, pero comprendía que no podía dejar que la paranoia y el remordimiento por engañar al Duende la dominaran, o finalmente nublarían su razón y la harían regresar en lugar de conseguir lo que en principio la hizo huir. Enarcó una ceja y se disponía a explicarle un poco para ver su reacción y determinar sus intenciones, cuando él la despeinó.

En otras circunstancias haría un escándalo por el acto de aquel irreverente, dañando su imagen que tal vez provocaría la ira de la realeza para la que trabajaba en aquel castillo con los juguetes, con sus cisnes y su lago de cristal... pero se encontraba sorprendida por la forma algo infantil en que el ahora chico admiraba su pasador. Eso la hizo entrar un poco más en confianza, ya que si fuera un amigo o un encargado enviado por el Duende, no se habría tardado tanto en llevársela de regreso ni tendría este tipo de gestos, o al menos eso suponía porque el duende se veía algo tétrico, a decir verdad. Bajó un poco los hombros y comenzó a acomodarse con las manos el cabello suelto, y cuando le devolvió el pasador simplemente se lo quitó del cabello y se lo extendió. -Tómalo, ya no lo quiero. Creo que me gusta más mi cabello de esta manera- le dijo con una pequeña sonrisa de lado, sintiéndose diferente y un poco... libre. Tal vez por eso el Soldadito se había ido al mar, por la libertad. -Oh, ¿vienes del humo de una pipa? ¿Fue la pipa quien te creó?- le dijo ahora sonriendo completamente y ladeando la cabeza. El gesto con sus cejas le pareció gracioso, pero el hecho de que no lo hubiera creado un humano como a ella le intrigaba un poco. -Y te puedes transformar en... ¿un cisne, por ejemplo?- le dijo retándolo ahora ella levantando las cejas en la forma tan curiosa que él acababa de hacer. Tal vez después de todo no era tan malo como había imaginado en su pesimista cabeza.

A Cheshire le sorprendió bastante el gesto de la jovencita, ¿por qué se lo devolvía? Aquello no tenía ningún sentido, era de ella, ¿no? ¿por qué no lo querría más?- ¿Insinúas que gracias a mi acción vas a cambiar de peinado, querida? -comentó el gato mientras tomaba de nuevo el pasador y volvía a observarlo con total atención.

Los brillitos del objeto que recogía cabellos le tenían realmente absorto y no solo porque brillara si no porque se veía reflejado en ellos y, al hacerlo, veía su forma humana, no su forma felina, cosa que le extrañaba y le fascinaba al mismo tiempo, qué guapo soy de humano, pensó el gato con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

Después volvió a desviar su mirada hacia la jovencita, asintió y tomó aire para hablar- En efecto, de la pipa de Absolem y, no sé. Esa Oruga tiró humo en forma de gato y aparecí yo -comentó encogiéndose de hombros- ¿extraño?, sí, ¿poco común?, no -dijo mientras se ponía en pasador en su flequillo. Cualquiera que le mirara y conociera la función de aquel cachivache se reiría de él por llevarlo pero claro estaba, era Cheshire, un gato y sin duda, los gatos no sabían para qué se utilizaban y quién utilizaba los pasadores.

- ¿Y tú para qué quieres que sea un cisne? -preguntó con toda la curiosidad del mundo mientras miraba a la chica- poder puedo hacerlo mas no quiero, ¿debería querer? -cuestionó de nuevo, sin deshacerse de aquel pasador que llevaba enganchado en el pelo.

Suspiró. ¿Cómo decirle al chico que no quería saber mucho de su recién abandonada vida por un tiempo? Tendría que contarle más detalles de los que estaba dispuesta a recordar, o a revivir en el caso de la pérdida de su amado. Mejor se limitó a encoger los hombros. -Si así lo quieres ver, sí. Un cambio no está mal de vez en cuando, ¿no?- le dijo guiñándole un ojo. Claro, ese cambio no es solo un simple pasador, pensó.

Lo escuchó atentamente. ¿Humo? Cuando era un juguete, ella era de papel. Su soldadito era de plomo. El único humo que había visto era el de la pipa del señor de la casa donde vivía y el de un trenecito del niño. ¿Y decir que no es poco común? Eso le hacía reafirmar el sentirse un poco acompañada, de no ser la única no-humana por estos lugares. -Si eres de humo, ¿quieres decir que no puedo tocarte?- le dijo curiosa llevando su dedo índice hacia la nariz del chico.

Alzó las cejas sorprendida por la respuesta de él ante su petición. -Oh vaya, no, claro que no deberías querer, lo siento. Yo solo... extraño ver cisnes. No llevo mucho lejos de ellos, pero al estar tanto tiempo acompañada de unos cuantos pues se siente la ausencia muy pronto, ¿sabes?- dijo sonriendo mientras recordaba las largas noches frente al castillo, antes de llegar el Soldadito. -Y bueno, creo que después de hablar todo esto no somos extraños. ¿Tienes nombre, o cómo debo llamarte?- le dijo poniendo sus manos en la cintura. Si seguía platicando tan cómodamente con él, se le saldría la verdad sin querer y era mejor tener una idea de con quién estaba hablando, por cualquier cosa, al menos para dirigirse a él correctamente.